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Sus lágrimas son cada vez más abundantes y su cuerpo tiembla todo; busca un apoyo y se inclina hacia atrás. Juan lanza un grito de angustia, y, de un salto, se precipita para recibirla en sus brazos. ¡Por el amor de Dios, Gertrudis! dice con la voz trémula, respirando con esfuerzo. Un sudor frío cubre su frente.

Cuando tocaron a matar, con catorce puyazos que yevaba en el cuerpo y las banderiyas completas, estaba tan guapo y tan valiente como si no hubiese salió de la dehesa. Entonces... El ganadero, al llegar a este punto, deteníase siempre, para afirmar su voz, que se hacía trémula.

La primera vez que se me buscó á con tal objeto, creí desmayarme de emoción; y con mano trémula escribí en el correspondiente lugar del catálogo un tan gordo como dos ciruelas. Y no extrañe nadie el suceso.

Entonces le ha cogido la cabeza con las dos manos, fijando un instante sobre la infeliz, toda trémula, sus ojos sombríos, y después ha murmurado esas palabras melancólicas: ¡La expiación! ¡la expiación!

No se veía ya a los estudiantes. Encendió con mano trémula un cigarrillo, y apenas se lo hubo fumado, encendió otro. «¡Vaya una aventura! se dijo . Será un milagro que no me resfríe. Acaso la tuberculosis en perspectiva... Por fortuna, no me han dado alcance los estudiantes, aunque corrían de lo lindo. Uno no cesaba de gritar: «¡Alto!» ¡Era terrible

En algunas de estas extrañas crisis don Manuel tomaba entre sus manos ardientes la cabeza gentil de la niña y, mirando en éxtasis sus ojos garzos y profundos, le había dicho con fervor: Llámame padre..., ¿oyes?... llámame padre. La niña, trémula, decía que .

De vuelta á la quinta encontró á Candido, y se abochornó, y Candido se puso también colorado. Saludóle Cunegunda con voz trémula, y correspondió Candido sin saber lo que se decia.

Así que le oyó salir de casa, se echó con mano trémula un mantón sobre los hombros, y acompañada de su doncella, que era su encubridora perpetua, encaminose a casa del excusador. Las piernas le flaqueaban de placer, el corazón le latía fuertemente. Lo raro del caso es que no se le pasaba por la imaginación que aquel amor era sacrílego. No sentía remordimientos.

Pero Amalia a los pocos momentos se ponía nerviosa, el llanto de la niña excitaba sus sentidos, entraba en furor como una pantera hambrienta, y concluía por golpear frenéticamente hasta que la dejaba trémula y ensangrentada a sus pies. Desde la carta del conde había aumentado, si era posible, su odio a la criatura; la trataba aún más despiadadamente.

Aun estaba en el lecho la pobrecilla. Al verme sonrió tristemente. ¿Ya te vas? murmuró con voz muy trémula. , tía; le contente, abrazándola ya es hora de irnos; ya dieron las seis y me están esperando.... Bueno... vete, y ¡que Dios te bendiga! Escribe luego que puedas. Saludas de nuestra parte al señor Fernández, y a la señorita. Escribe con frecuencia.