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Pasé el camino de Toledo a Sevilla prósperamente, porque como yo tenía ya mis principios de fullero y llevaba dados cargados con nueva pasta de mayor y de menor, y tenía la mano derecha encubridora de un lado -pues preñada de cuatro paría tres-, llevaba gran provisión de cartones de lo ancho y de lo largo para hacer garrotes de morros y ballestilla, y así, no se me escapaba dinero.

Esta actitud de Leocadia, su exigencia, descaradamente manifestada, y aquel despego junto con el afán de salir, hicieron sospechar a Pepe que la manía devota fuese encubridora de próximos y mayores males.

Se santigua la vieja encubridora, y el tonsurado segundón se pone en pie, y avizora hacia la puerta que comunica con la casona, una puerta pequeña en la sombra húmeda del muro de piedra, que rezuma. Se oye el rechinar de la llave. Don Farruquiño se esconde en el rincón más oscuro, y espera. La puerta se abre, y una sombra se aparta para dejar paso al Caballero.

Así que le oyó salir de casa, se echó con mano trémula un mantón sobre los hombros, y acompañada de su doncella, que era su encubridora perpetua, encaminose a casa del excusador. Las piernas le flaqueaban de placer, el corazón le latía fuertemente. Lo raro del caso es que no se le pasaba por la imaginación que aquel amor era sacrílego. No sentía remordimientos.

Acabando de vestirse, empezó a dar trancos por la habitación, manoteando y hablando solo. «No, no, no... Si creen que me la dan, se equivocan. Lo más horrible es que mi tía es encubridora... Pues qué, ¿entraría nadie en la casa si ella no lo consintiera? Y Papitos también es encubridora. Buenas propinas se calzará. Pero ya te arreglaré yo, celestina menuda. Que no me vengan con tonterías.

Y ayer me dijo: ¡Quite usted allá, so chubasca, encubridora; a usted y a la otra farfantona, las voy a poner en la calle!». Ya se amansará. ¿Qué apostamos a que se amansa? decía la joven sonriendo . Yo quiero que entre y vea esta estrella que se ha caído del Cielo.

No quedaba más canónigo probable que el Magistral; el único bastante listo para meter aquellas cosas en la cabeza de Ana. Del Magistral era el guante, sin duda. Y Petra andaba en el ajo. Era encubridora. ¿De qué? Esta era la cuestión. De nada malo debía de ser. Anita era virtuosa. Pero la virtud era relativa como todo; y sobre todo Anita era de carne y hueso.

Aquel día, mil veces desgraciado, me habló en tono ceremonioso, ordenándome con gravedad y hasta con displicencia las faenas que menos me gustaban; y ella, que tantas veces fue cómplice y encubridora de mi holgazanería, me reprendía entonces por perezoso. ¡Y a todas éstas, ni una sonrisa, ni un salto, ni una monada, ni una veloz carrera, ni un poco de olé, ni esconderse de para que la buscara, ni fingirse enfadada para reírse después, ni una disputilla, ni siquiera un pescozón con su blanda manecita!

Cierto que para el mundo la situación que crearía la maternidad de la de Rubín sería una situación legal, toda vez que Maxi, enfermo y encerrado quizá para entonces en un manicomio, no había de llamarse a engaño; pero en este caso, la afrenta sería mayor por añadirse a ella la mentira. Y todos tendrían a doña Lupe por encubridora, y le cortarían lindos sayos.

El caso era rodear poco y llegar cuanto antes, según él decía, mientras dejaba yo en cuarentena la sinceridad de su afirmación, que bien pudiera ser encubridora de antojos irresistibles de un montañés tan castizo como Neluco. Porque es lo cierto que no subíamos a una altura ni bajábamos a una hondonada sin que el médico hiciera ardorosos panegíricos de lo que se veía desde arriba o desde abajo.