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Actualizado: 24 de junio de 2025


A estas irrecusables pruebas de mi cariño sólo contestaba llamándome bestia y ordenándome que de su presencia me quitara... A cada momento te llamaba, y luego se deshacía en lágrimas, y quería después arrojarse fuera de la casa para volver a la Montaña.

Aquel día, mil veces desgraciado, me habló en tono ceremonioso, ordenándome con gravedad y hasta con displicencia las faenas que menos me gustaban; y ella, que tantas veces fue cómplice y encubridora de mi holgazanería, me reprendía entonces por perezoso. ¡Y a todas éstas, ni una sonrisa, ni un salto, ni una monada, ni una veloz carrera, ni un poco de olé, ni esconderse de para que la buscara, ni fingirse enfadada para reírse después, ni una disputilla, ni siquiera un pescozón con su blanda manecita!

La regla me recomienda paseo, mucho paseo, unas cuantas horas de ejercicio sin pensar en las cosas santas. Otro señor sacerdote reformó el primer papel, ordenándome aún más horas de paseo; toda la tarde en el campo. Dicen que de no hacerlo así puede turbárseme la cabeza y el demonio me dará martirio con sus perversas tentaciones.

, eso, eso dijo Doña Francisca remedando el tono grandilocuente con que mi amo había pronunciado las anteriores palabras . : ¿y todo por qué? Porque se les antoja a esos zánganos de Madrid. Que vengan ellos a disparar los cañones y a hacer la guerra... ¿Y cuándo marcha usted? Mañana mismo. Me han retirado la licencia, ordenándome que me presente al instante en Cádiz».

Yo la llevé a Euston, allí bajó y entró en la boletería. Me hizo esperar como cinco minutos, apareciendo después con un mozo de cordel que tomó su valija, y luego ella me entregó la carta dirigida al señor Greenwood para que se la diera a usted, ordenándome que me retirara. Entonces me volví a casa, señora.

No puedo estar segura de que sea él, ¡tan diferente me parece! continuó la niña; de otro modo habría corrido hacia él y le hubiera pedido que me besara ahora, delante de todo el mundo, como lo hizo allá, bajo aquellos árboles sombríos. ¿Qué habría dicho el ministro, madre? ¿Se habría llevado la mano al corazón, riñéndome y ordenándome que me alejara?

Llevaba terciada la espada del hombro, y en la mano apoyaba la pica obscura, pero de hierro muy luciente. Considerándolo un breve espacio, y porque no dudase de mi valor, le dije que estaba resuelto a todo, y ordenándome que le siguiese, fuíme en pos de él, ya casi perdido todo recelo por haberme largado la pica en que se apoyaba para que yo la condujese.

D. Alonso consiguió que Marcial fuese también trasladado, en atención a que su mucha edad le agravaba considerablemente, y a me hizo el encargo de acompañarles como paje o enfermero, ordenándome que no me apartase ni un instante de su lado, hasta que no les dejase en Cádiz o en Vejer en poder de su familia.

¡Y en tanto Marcial y mi querido amo trataban de fijar día y hora para trasladarse definitivamente a bordo! ¡Y yo estaba expuesto a quedarme en tierra, sujeto a los antojos de aquella vieja que me empalagaba con su insulso cariño! ¿Creerán ustedes que aquella noche insistió en que debía quedarme para siempre a su servicio? ¿Creerán ustedes que aseguró que me quería mucho, y me dio como prueba algunos afectuosos abrazos y besos, ordenándome que no lo dijera a nadie? ¡Horribles contradicciones de la vida!, pensaba yo al considerar cuán feliz habría sido si mi amita me hubiera tratado de aquella manera.

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