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Se había entrado por fuero propio, pagando á mi doncella. Era don Rodrigo Calderón. Me traía un mensaje y un regalo del duque de Lerma. Yo acepté. Después de haberme hablado por el duque, don Rodrigo me habló por mismo. Eso sucede casi siempre: el corredor de un gran señor goza antes que él, y es muy justo dijo Quevedo ; el agua moja antes el cauce que el pilón.

Escucha bien lo que voy a decirte, amada mía; yo hubiera debido castigarte seriamente por haberme decidido por tus súplicas a ir a escuchar las fantasías de una loca. Te he perdonado; pero no me rompas más los oídos con tu charla, o si no... ¿Sus predicciones han sido, pues, siniestras?

Perdonad, un momento, don Francisco dijo Lerma : ¿quién os ha dado la carta que me habéis traído? ¿puede saberse? ¿Y por qué no? ¡Me la ha dado vuestra hija! Y... ¿dónde? En palacio. ¡Oh! ¿con que ya habéis estado en palacio apenas venido? De palacio vengo y á palacio voy. Como me crié en él, soy palaciego, y tanto, que atribuyo al haberme criado en palacio mi cortedad de vista.

Era demasiado pueblero... ¿Por qué no haría caso cuando le advertimos que no debía internarse así no más en los matorrales de las islas?... ¡Yo fui un tonto en seguirlo! Podría haberme excusado diciendo que estaba enfermo... Pero, ahora que no tiene remedio nuestra imprudencia, ¡sabe Dios lo que me espera!...» Al rato, el Chucro volvió a preguntar a la mujer: ¿Hay galleta? Ella contestó: .

¿María Elvira Funes? repetí. Ningún grado ni ninguna inclinación. La conozco apenas. Y ahora... No, permítame me interrumpió. Le aseguro que es una cosa bastante seria... ¿Me podría dar palabra de compañero de que no hay nada entre Vds. dos? ¡Pero está loco! le dije al fin. ¡Nada, absolutamente nada! Apenas la conozco, vuelvo a repetirle, y no creo que ella se acuerde de haberme visto jamás.

Sollozaba quedamente con una timidez suplicante de niña, como si la intensa poesía de aquel recuerdo artístico hubiese quebrantado el débil resto de voluntad que la había mantenido dueña de . No qué tengo... Me siento morir... pero con una muerte ¡tan dulce! ¡tan dulce!... ¡Qué locura Rafael! ¡qué imprudencia haberme visto esta noche!...

¿Qué cosa puede haber que os disculpe de haberme venido á buscar de una manera tan pública? dijo severamente Montiño. ¡Bah! señor Francisco: nadie tiene nada que decir de contestó sonriendo de una manera sesgada Cornejo ; si en mis tiempos fuí un tanto casquivano, y no supe guardar el bulto, ahora todo el mundo me conoce por hombre de bien y buen cristiano.

Doña Laura, mujer de áspera naturaleza, agriada por la vejez y por el cansancio de aquella vida de tentativas penosas y sin fruto, le decía con dramático acento: «Hombre inútil, hombre muñeco. El día en que me casé contigo debió el Señor haberme llevado de este mundo. ¿Para qué sirves , como no sea para comer?

En un rasgo de verdadero orgullo hacia Pitogo y después de haberme hecho notar con infantil insistencia, los faroles de colores, los abullonados coquillos, las sayas de las dalagas, los exiguos instrumentos de la orquesta, y las gruesas y amarillas cuentas de un collar de ámbar, que descansaba en su amplio pecho, me preguntó con una alegre sonrisa si en España había bailes mejores que aquel.

Con estos encarecimientos no quedaba persona en todo el lugar que no me fuese a ver, y ninguno había que no saliese admirado y contento de haberme visto.