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Tengo noticia que gobierna como un girifalte, de lo que yo estoy muy contenta, y el duque mi señor, por el consiguiente; por lo que doy muchas gracias al cielo de no haberme engañado en haberle escogido para el tal gobierno; porque quiero que sepa la señora Teresa que con dificultad se halla un buen gobernador en el mundo, y tal me haga a Dios como Sancho gobierna.

Ya lo creo: encarnado, encarnado, sin pinta de otro color. ¿Y lo has llevado á la señora Luisa? Volvióse todo oídos el cocinero. He tenido que esperar á que saliera el señor Montiño, porque si después de haberme despedido me hubiera encontrado, no lo que hubiera sido de .

No dejaba santo que no llamaba: acabó de pelarnos; quisímosle jugar sobre prendas, y él tras haberme ganado a seiscientos reales, que era lo que llevaba, y al soldado los ciento dijo que aquello era entretenimiento, y que éramos prójimos; que no había de tratar de otra cosa. "No juren decía ; que a , porque me encomendaba a Dios, me ha sucedido bien."

En cuanto a contestó Vázquez, con un vago dejo de tristeza debo decir que siento no haberme casado... ¡Sobre todo cuando visito un «home» tan alegre y cariñoso como éste! ¡Pero aun está usted a tiempo de casarse, señor Vázquez! interrumpió otra vez Coca, como distraídamente y como arrepintiéndose luego de su distracción...

¡Condenado! exclamó Benina sin poder contener su enojo , ¿por qué no empezaste por ahí? Pues si el primer requesito es ser hombre... ¡a ver! Perdoñar ... Olvidar cosa migo. no tienes la cabeza buena. ¡Vaya una plancha! Pero ¡ay! la culpa es mía, por haberme creído las paparruchas que inventan en tu tierra maldecida, y en esa tu religión de los demonios coronados.

En el momento más grave de mi vida, cuando se estaba decidiendo mi salvación ó mi pérdida, juré dedicarme á Dios si me permitía volver á mi familia y á mi país y probar mi inocencia. Dios me oyó y ya no me pertenezco. Me entrego al que después de haberme castigado justamente, tuvo piedad de . Perdón, miss Maud. Si una mujer podía realizar la obra que usted había soñado, esa mujer es usted.

Me he puesto mala..., es verdad..., pero es porque no tengo tanta virtud como para sufrir los dolores que Dios nos envía... eres una santa... Ya me pondré buena..., no pienses en ... Lo que ahora me asusta es no haberme muerto viéndote marchar de aquel modo...., entre soldados... ¡Pobre hija mía!..., ven, dame un beso.

De repente ella sale de su rincón y me besa locamente a través de su velo, murmurando entre sollozos: ¡Perdóname, perdóname, querido, querido amigo! La escena del cenador vuelve de improviso a mis ojos, recuerdo haberme sentido desconcertado entonces por una frase análoga. Pero ¿qué es digo, qué es lo que tengo que perdonarte?

»A partir del día en que nació Magdalena esperé. Desde el día en que ella murió creí. »¡Gracias, Dios mío, por haberme dado la fe allí donde pude no haber hallado otra cosa que la desesperación!» «3 de octubre. »Nada tengo, Amaury, que decirle a usted de . Solamente le hablaré de mi tío, de Magdalena y de usted.

Esta vez me atreví a responder que no lloraría si fuésemos dos a rezar. ¡Ah! Esos son otros cantares... Se calló un rato con los ojos cerrados, y después, temiendo, sin duda, haberme afligido, me dijo con dulzura: Todos dependemos, hija mía, más o menos, del medio en que hemos sido educados y de las enseñanzas que hemos recibido.