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Se aproximó al cochero y antes de entrar de nuevo en el jardín, le dijo á media voz: ¿Ha entendido usted bien, no es verdad? Un caballero y una señora, dentro de hora y media. Tendrá usted veinte francos de propina al llegar París.... Y sobre todo, permanezca usted ahora en el coche hasta el momento de partir. Vaya usted tranquilo, señor Roussel, dijo el cochero.

Antes de partir en dirección a la Puerta de Hierro, hablaron Frasquito y Zapata del asunto que principalmente les reunía, diciendo este que al fin, con no pocas dificultades, había conseguido la orden para que fuesen puestos en libertad Benina y su moro.

Hay en la restringida existencia del hombre laborioso cadenas que no puede romper sin gran detrimento de la familia. Así, pues, la señora ha de partir sola. Ya los tenemos divorciados. ¿Partir sola? Nunca lo ha estado. Más tranquila iría si marchaba en compañía de una familia de amigos ricos, que parte sin faltar uno, marido, mujer, niños, criados.

Eran los primeros en partir porque iban muy lejos, a los últimos cuarteles de la posesión real: al Goloso, a San Jorge, a Valdelaganar, cerca de Viñuelas. Los que aún permanecían en el puentecillo comunicábanse los cuarteles en donde pensaban pasar la noche.

La convicción de su derrota le hizo bajar la cabeza tristemente. Los amigos se habían burlado de él: era una broma de las suyas. Y cuando, confesándose vencido, quiso ganar la puerta, su buena hermana no le dejó partir con tanta facilidad.

Las mujeres se transformaban con una valorización creciente, apareciendo más seductoras a cada puesta de sol, como si el trópico comunicase nueva savia a las hermosuras decaídas, como si la proa del navío, al partir las olas buscando las soledades del Ecuador, se aproximase a la legendaria Fontana de Juventud soñada por los conquistadores.

Ya lo , amiga mía; pero vuestro marido no puede ser víctima de vuestra generosidad. No discutamos a ese respecto. Yo tengo que partir de aquí; pueden notar mi ausencia, buscarme, perseguirme, ¡oh Dios mío! ¡si me sorprendieran, podrían todavía arrancar la libreta de mi hija, mi vida!

Sólo a media noche creyeron sentir una lejana detonación y gritos; pero no se repitieron. El Capitán hubiera querido partir al instante; pero la oscuridad era profunda y temía extraviarse. Hubo, pues, de renunciar a su proyecto.

Teniendo hacia fuera el filo del sable, los hería con la punta en el cuello, buscando partir la yugular del primer golpe. ¡Tac!... ¡tac!... marcaba el capitán, evocando ante mi esta escena de horror.

El convite tiene un carácter especial; se trata de una reunión de caza a que debe asistir un personaje de sangre real que se ha dignado designarme entre las personas que desearía lo acompañaran; me propongo, pues, partir mañana. ¡Es lo mejor! asintió, la señora de Aymaret.