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Actualizado: 11 de septiembre de 2024
Al despedirse, Juliana dio besos a Obdulia, y a Frasquito un apretón de manos, ofreciéndose a plancharle las camisolas, al precio corriente, y a volverle la ropa, por lo mismo o menos de lo que le llevaría el sastre más barato.
Pero si lo eres, ¿por qué has de negar la prosapia? Ni en el reino de Galicia ni en el principado de las Asturias hay un gallego más gallego que tú... ¡Tío, cállese usté, que le falto al respeto! Frasquito estaba encendido y colérico que daba miedo á todos menos á su tío. Los circunstantes, temiendo algún paso desagradable, atajaron la disputa rogando al señor Rafael que no le exasperase.
Al fin balbució: Las cartas no mienten nunca, hijo... Habrá sido culpa mía el no haberlas entendido. ¡Lo que anunciaba no era mi matrimonio, sino el de Frasquito! exclamó riendo.
Apareció entonces el tío Frasquito, vestido ya de gran gala, cargado de perfumes y de noticias, que, como las burbujas al hervor del agua, anunciaba en su rostro una significativa y prolongada sonrisa.
O usted se lleva la pesetilla, o me enfado, como Dios es mi padre. D. Frasquito, no haga papeles, que es usted más mendigo que el inventor del hambre. ¿O es que necesita más dinero, porque le debe más a la Bernarda?
Pepa se prestó al instante á ello, pero á Frasquito no hubo poder humano que le hiciese menear las piernas. Alegaba ignorancia; si supiese, con mucho gusto echaría un baile. En realidad desdeñaba el arte de Terpsícore: toda su devoción la consagraba á Mercurio.
Lo mismo, poco más ó menos, le dijo el viejo Cardenal al maestro carpintero. Frasquito tenía una mona que no se lamía el infeliz. Con lo cual se le aplacó bastante á aquél su enojo, contentándose ya solamente con manifestar su profundo desprecio hacia los muchachos del día, que «en cuanto lo cataban perdían la cabeza».
Por el tono cordial del individuo, comprendió Frasquito que era un infeliz, de estos que expresan con el modo de mirar todo lo contrario de lo que son. «Usted dirá... Perdóneme, Sr. de Ponte... Quería saber, siempre que usted no lo lleve a mal, si es verdad que Antonio Zapata y su hermana han tenido una herencia de tantismos millones.
El tío Frasquito pegó un brinco en el asiento, abriendo los ojos tamaños, y Jacobo inclinó la cabeza entre las manos, mirando atentamente su copa vacía y guardando silencio. ¡Hombrre, hombrre... eso es serio! murmuró el viejo asustado; y como viese que el otro prolongaba su silencio, tiróle de la lengua, diciendo: Serría cuestión de faldas, sin duda...
¿Con ella? No... con... no sé con quién». Por un momento, creyó Frasquito que el ser ideal de Obdulia era el Emperador. Incitado a completar su pensamiento, prosiguió así: «Pues, amiga mía, yo que conozco, que conozco, digo, a Eugenia de Guzmán, sostengo que usted es como ella, o que ella y usted son una misma persona.
Palabra del Dia
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