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Sólo recuerdo de ella que era muy hermosa, o al menos a me lo parecía. Desde que quedó viuda, se mantenía y me mantenía lavando y componiendo la ropa de algunos marineros. Su amor por debía de ser muy grande.

Pero ello es que la lisonja y la envidia, la codicia ambiciosa, la curiosidad y la novelería aumentaban considerablemente el personal de la tertulia en el tiempo que medió entre el nombramiento y la salida de Rubín para su destino. Mucho ajetreo tuvo aquellos días para arreglar sus asuntos y proveerse de ropa.

Llegó un día, no obstante, en que el cielo y la tierra le desampararon. Arrojado de todas partes, sin tener un pedazo de pan que llevarse a la boca, ni ropa con que preservarse del frío, comprendió el cuitado con terror que se acercaba el instante de pedir limosna.

Además, don Carlos tuvo que privarse del placer de continuar haciendo suposiciones sobre su futura riqueza al ver á una mestiza de formas exuberantes, carrilluda, con los ojos oblicuos y una gruesa trenza de cabello negro y áspero que se conservaba sobre sus enormes prominencias dorsales para seguir descendiendo. Al entrar en el comedor dejó junto á la puerta un saco lleno de ropa.

¡Qué calor! exclamaba de vez en cuando, y apoyaba las manos en sus mejillas encendidas. Gonzalo asentía con estúpida sonrisa a cuanto decían, y estiraba a menudo sus desmesuradas piernas que, por la escasa altura de la silla, se le dormían. Y cuando se concluyó con la ropa blanca, comenzaron con la de color.

En limosnas se le iba casi todo el dinero que le daba el gobierno y mucho de lo que él había heredado. ¡Pero ay del sastre si le quería engañar cobrándole caros los remiendos de sus pantalones! ¿No sabía él lo que eran remiendos? ¿No había zurcido su ropa y cosido botones S. I. muchas veces?

Don Pedro tomó en brazos a su esposa y la sentó en la albarda, arreglándole la ropa con esmero. Así que pudieron conferenciar reservadamente capellán y señorito, preguntó don Pedro, sin mirar cara a cara a Julián: ¿Y... ésa? ¿Está todavía por aquí? No la he visto cuando entramos.

El joven extendió sobre el cuerpo de ella un traje de percal y la poca ropa blanca que colgaba de unos clavos. Estas telas sutiles eran de un abrigo ilusorio. La enferma seguía estremeciéndose, y el pobre Isidro, que temblaba de frío, se quitó el macferlán para añadirlo a la cubierta. Era una noche terrible. Maltrana paseábase por el cuarto como si estuviese en medio de la calle.

El cambio de domicilio fue un acontecimiento para ; la espléndida casa de mi tío Ramón, mi ropa flamante de luto, la nueva faz de mi vida, ejercieron en mi espíritu toda la influencia de la novedad.

De Pas hablaba mientras se vestía ayudado por su madre, que buscó en el fondo de un baúl la ropa de más abrigo. ¿Fermo, y si te pones malo de veras... es decir, de cuidado?... No, no, no. Deje usted. Esto no admite espera... y mi cabeza . Es preciso llegar allá antes que se sepa por ahí... ¿No comprende usted? , claro; tienes razón. Callaron.