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Se acercaba para el día de la marcha; el tiempo de licencia concluía; de Cádiz me mandaban recados urgentes. Aquello de pasarme cuatro o cinco años seguidos en el mar, me parecía muy duro. Mi madre se lamentaba al mismo tiempo de que tuviese que ir y de que perdiese una plaza tan buena. No sabía a quién dirigirme, y se me ocurrió, medio en serio, medio en broma, ir a consultar a Quenoveva.

Arriba o abajo, el corazón late lo mismo... Allá, en el fondo de su alma, en el rinconcito más oculto, brillaba la esperanza consoladora de que, caída de su pedestal de mujer rica, se acercaba más a los otros, se ponía a su nivel, facilitando así la realización de su magna empresa. Era Dios quien lo había hecho; ¡alabado sea Dios!

Y tomó por una puerta y se encontró en un corredor obscuro. Y adelantó sin hacer ruido como una sombra. A medida que se acercaba á una puerta oía dos voces. La de un hombre y la de una mujer. Adelantó hasta la puerta, llegó y se puso á escuchar. Por esta razón, cuando el sargento mayor fué á entrar por aquella puerta, se encontró con el bufón. ¡Ah!

Esto ocurría en el instante en que Chisco, por mandato de Tona, se acercaba a la pared que yo había tenido enfrente, a la cual estaba adaptado un tablero, soltaba la taravilla que le sujetaba por arriba, le hacía girar sobre el eje que tenía en el lado de abajo, y le dejaba en posición horizontal sostenido por un tentemozo.

La confesión de la culpa ennoblece siempre, y como demasiado sabía él que todo lo noble hallaba eco en el gran corazón de Jacinta, se dijo: «aquí me viene bien un rasgo». Pero el momento de la confesión se acercaba, y el pecador estaba algo confuso, sin saber cómo iba a salir de ella.

Nada... en cuanto alguna se me acercaba en la calle, mocada limpia... ¡Vayan allá, al infierno, a tener tratos indignos!...» A pesar de esta higiene y régimen espartano, el cura tuvo la desgracia de enfermar. Comenzó a ponerse triste y amarillo, que daba pena verlo: comer, comía bien, pero no le aprovechaba.

La influencia de las negras para con ella, su favor para con el Gobierno, han sido siempre sin límites. Un joven sanjuanino estaba en Buenos Aires cuando Lavalle se acercaba en 1840; había pena de la vida para el que saliese del recinto de la ciudad.

La suerte quiso que mientras el ladrón acercaba cautelosamente la hojarasca húmeda, cuatro o cinco abejas se posaran en su mano, sin picarlo. Benincasa cogió una en seguida, y oprimiéndole el abdomen constató que no tenía aguijón. Su saliva, ya liviana, se clarificó en milífica abundancia. ¡Maravillosos y buenos animalitos!

En los cajones inferiores del estante había algunos libros de más sólida enseñanza, pero la llave de aquel departamento se había perdido. Cuando un socio pedía un libro de aquellos, el conserje se acercaba de mal talante al pedigüeño y le hacía repetir la demanda. señor, la crónica de Vetusta.... Pero ¿usted, sabe que está ahí? , señor, ahí está...

Sólo exceptuaba de este chaparrón al bueno de D. José, para quien destinaba in mente la plaza de tenedor de libros en cierta casa. Don José, como siempre, la acompañó aquella tarde. Serían las tres y media cuando pasaron por la Puerta del Sol. A medida que se acercaba Isidora a los barrios próximos a San Pedro iba sintiendo turbación tan grande, que creyó le faltarían las fuerzas para llegar allá.