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Ahora tengo la idea de que hay trescientas, cuatrocientas, tal vez quinientas palabras de vascuence, y que todas las otras son una hábil invención. Me he enterado, por ejemplo, de que mientras los vascos españoles le llaman al tenedor tenedoróa, los vascos franceses le dicen fourchetóa.

Y de allí sale el tenedor o la cuchara a la platería de veras, porque es donde les ponen el baño de la electricidad, y quedan como vestidos con traje de plata. Los cubiertos pobres, los que van a costar poco, no llevan más que un baño o dos: los buenos llevan tres, para que la plata les dure, aunque nunca dura tanto como la plata que se trabajaba antes con el martillo.

Y el desventurado de La Edad de Oro es el artículo sobre la Historia de la Cuchara, el Tenedor y el Cuchillo, que en cada número se anuncia muy orondo, como si fuera una maravilla, y luego sucede que no queda lugar para él. Lo que le está muy bien empleado, por pedante, y por andarse anunciando así. Las cosas buenas se deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar.

El juez, a quien se avisó, tuvo la atención de venir por tratarse de una señorita, y delante de él volvimos, como ante el inspector, a exponer nuestro litigio. El tenedor de libros también reclamó. Yo pedí, desde luego, el depósito de Gloria en lugar adecuado, y el juez lo decretó inmediatamente.

En el comedor, D. José y la doncella asistían a Riquín, que había vomitado, y reclinando su hermosa cabeza grande sobre el hombro de Relimpio, se quejaba con agitada somnolencia. «Le ha hecho daño la comida dijo el tenedor de libros. Tiene algo de calentura» indicó la doncella, tocándole las mejillas. Isidora le examinó. Sus lágrimas volvieron a correr

Volvió á mirar de lejos el grupo de oficiales. ¡Y este teniente de pobre estatura, que parecía un tenedor de libros elevado por la movilización, era su enemigo!... Creyó verlo por primera vez. Perdido entre sus compañeros aún le pareció más insignificante que en sus visitas á Villa-Sirena.

La mano de un cocinero iba de un extremo a otro de la mesa, armada de un tenedor, colocando en los platos estos entremeses del almuerzo a gusto de los pasajeros. Muchos curiosos se detenían frente a un gran reloj regulado desde el puente por una corriente eléctrica, y modificaban sus cronómetros con arreglo al salto atrás que acababan de dar las agujas.

Era D. José como un director de orquesta, sólo que los músicos eran escribientes y las notas números. Resultaba una sinfonía de orden, que mecía en embriagador arrobamiento el espíritu del tenedor de libros. Al día siguiente, cuando Isidora se levantó, ya estaba su padrino de vuelta de la compra.

Mirado de medio abajo, parecía tenedor, o compás con dos piernas largas y flacas; su andar, muy despacio; si se descomponía algo, se sonaban los huesos como tablillas de San Lázaro; la habla, ética; la barba, grande, por nunca se la cortar por no gastar; y él decía que era tanto el asco que le daba ver las manos del barbero por su cara, que antes se dejaría matar que tal permitiese; cortábale los cabellos un muchacho de los otros.

En una de las embestidas resbaló el tenedor sobre el animal, como si tuviera escama, y el capón, violentamente despedido, pareció querer tomar el vuelo como en sus tiempos más felices, y se posó en el mantel tranquilamente, como pudiera hacerlo en un palo de gallinero.