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Lope leyó el certamen ante un inmenso concurso, en que se amontonaban representantes de todas las clases sociales, alcanzando un gran éxito, que acrecentó, si era posible, su fama. Esta fué una de las grandes ocasiones en que Lope saboreó plena y directamente el gusto embriagador de la gloria.

La celebridad de su hijo, la admiración que causó en París la extraordinaria belleza de Susana, su hija idolatrada: las presentes alegrías, las halagüeñas esperanzas del porvenir y sobre todo la esperanza de que su hijo podía más adelante enlazarse con la joven inglesa, de tal manera excitaron la mano temblorosa de la madre, que durante tres meses, se observa en las páginas del diario un embriagador entusiasmo.

Sus artículos, leyendas y poesías en El Pensamiento Católico y en otras publicaciones religiosas eran cada día más gustadas por el público sano de la España tradicional. Lo que caracterizaba estos trabajos literarios y les prestaba aroma penetrante y embriagador eran la devoción de la Virgen y el entusiasmo por la Edad Media; los dos amores de Godofredo Llot.

Había allí algo poéticamente sensual, cuya influencia era tanto mayor cuanto más puro era su origen. Lázaro tendió la vista en torno suyo, aspirando con fuerza aquel ambiente embriagador, cual si quisiera asimilarse algo de lo que la pertenecía. El espíritu y la materia, lo casto y lo lascivo, le hablaban embargando su alma y sus sentidos.

De pronto, la joven se levanta, dice buenas noches y desaparece. Un momento después los dos hermanos se separan. Juan sube pesadamente la escalera, abre la puerta de su cuarto; un embriagador perfume de flores flota en el aire. Respira profundamente y exhala un suspiro de satisfacción. Por eso, sin duda, ha vuelto ella tan tarde del jardín.

Su nariz sorbía con tristeza el ambiente. «¡Nada!...» Eran barcos insípidos, barcos del Norte, que hacían su comida con manteca: tal vez barcos protestantes. Otras veces avanzaba por la borda con lentitud, siguiendo un rastro embriagador, hasta que se colocaba enfrente de la cocina del buque vecino, aspirando su rico perfume. «¡Hola, hermanos!...» Imposible equivocarse.

El oro mezclaba su aguda vocecita con aquel concierto de pasiones vulgares; y el choque de las piezas de veinte francos, más embriagador que los vapores del vino o el olor de la pólvora, emborrachaba a aquellos pobres cerebros y aceleraba los latidos de sus groseros corazones. En lo más fuerte del tumulto, se abrió una pequeña puerta que daba a la escalera, entre el piso bajo y el primero.

Hay cantos donde se pinta mejor el amor inocente y puro; los hay también que reproducen con más verdad las amarguras del amor desgraciado ó los gritos desesperados de una pasión tempestuosa y loca; pero ninguno donde el amor se muestre tan feliz y embriagador, henchido de alegría y cargado de perfumes; donde el alma y los sentidos reposen con más deleite. ¡Oh!

Era D. José como un director de orquesta, sólo que los músicos eran escribientes y las notas números. Resultaba una sinfonía de orden, que mecía en embriagador arrobamiento el espíritu del tenedor de libros. Al día siguiente, cuando Isidora se levantó, ya estaba su padrino de vuelta de la compra.

Después vino el amor: un sueño dulce y embriagador, una música penetrante y divina que le suspendió algún tiempo sobre la miseria de la tierra, que le reconcilió con la vida y despertó en su corazón la esperanza infinita, la ilusión de la dicha inmortal.