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Actualizado: 31 de agosto de 2024


A todo esto, Rosa se había acercado, sospechando de lo que se trataba, y con voz anhelante y temblorosa comenzó a decirle: Escóndase, D. Andrés, escóndase... ¡Por la Virgen Santísima se esconda!... Detrás vinieron algunos paisanos y, enterados del caso, le rogaron lo mismo.

Cuando la vió aparecer de nuevo con un mantón sobre los hombros y pañuelo de seda á la cabeza sintió tanta compasión que le dijo, alzándose de la silla: Vamos, niña... vamos donde quieras. Gracias, Manolo replicó la joven con voz temblorosa. Salte fuera y aguárdame en la esquina. Necesito que venga Joselillo... pero no tardará.

Tuvo un novio formal: un buen muchacho que pronto iba a ser médico. Cosas de ella y su madre: yo fingía no ver nada, con esa bondadosa ceguera de los padres que se reservan para el último momento. ¡Pero Señor, cuán felices éramos! La voz de Nicomedes era cada vez más temblorosa; sus ojillos azules estaban empañados.

El papel, finísimo, pliego pequeño, algo perfumado, sin cifra ni sello: la letra desfigurada y temblorosa, no decía más que esto: « lo as querido. No tienes derecho de comprometer con tantas imprudencias a una pobre mujer que ningún daño te a causado.

El Delfín sintió aquellos pasos detrás de , y una misteriosa aprensión, la conciencia tal vez, le dijo de quién eran. Volviose a punto que la temblorosa voz del otro decía: «Oiga usted». Parose en firme Santa Cruz, y aunque no le conocía bien, le tuvo por quien era sin dudar un momento. «¿Qué se le ofrece a usted?».

Cuando entró en casa, Soledad se hallaba aún en la taberna. En vez de subir y mudarse la ropa mojada, había querido aguardarle. Al verle avanzó á su encuentro y le echó los brazos al cuello, diciéndole con voz temblorosa: ¡Perdóname! Pero el majo traía el alma resquemando por las palabras de Isabel. Ningunas podían ser más pesadas y mortificantes para él.

Sorprendida por aquel doble ademán, la doncella vaciló; pero, en seguida, bajando los ojos, tendió al pasar su temblorosa mano hacia la mano de Ramiro. Los dos mancebos se miraron un instante de un modo terrible.

Cuando soñaba con huir en su compañía al fondo de un retiro dulce y ameno, siempre era bajo el supuesto de seguir confesándose con él y subir al cielo juntos. Si la carne hablaba dentro de su ser, o no la escuchaba, o fingía no escucharla, engañándose a propia. Al llegar a la mansión del sacerdote, ordenó a su doncella que la aguardase en el portal: no tardaría en bajar. Llamó toda temblorosa.

Petra sonrió de un modo que ella creyó discreto y retorció una punta del delantal. Perdóneme Usía... dijo con voz temblorosa y ruborizándose. No hay de qué, hija mía. Agradezco su celo. Don Fermín estaba pensando que aquella mujer podría serle útil, no sabía él cuándo, ni cómo, ni para qué. Sintió deseos de ponerla de su parte, sin saber por qué esto podía importarle.

Hice esfuerzos sobrehumanos para olvidarte prosiguió con la misma voz temblorosa, apagada por la emoción, pero fueron inútiles... Estás metida a hierro y a fuego dentro de mi pecho... Has sido mi primero, mi único amor en este mundo... Me has hecho mucho daño, ¡mucho! pero aunque me hicieses mil veces más, no se borrarán de mi alma los momentos de dicha embriagadora que te debo... ¡Te quiero, , te quiero, te adoro!... Aunque me llamen cobarde, indigno, lo repetiré a la faz del mundo entero... ¡Si supieses cuánto he sufrido!

Palabra del Dia

jediael

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