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Actualizado: 31 de mayo de 2025


En el paroxismo de su miedo, tuvo, sin embargo, bastante presencia de ánimo para no gritar; quiso correr, mas le faltaron las fuerzas. Maquinalmente salí de mi escondite, dando algunos pasos hacia ella, la vi temblorosa con los ojos desencajados y las manos abiertas, acerqueme más, y le dije en voz muy baja: Soy yo; ¿no me conoces?

Acerca del viaje y sus preparativos, de la aflicción de sus padres y de sus pequeños hermanos departieron todavía un rato. Ni una palabra volvieron á hablar de mismos. La plática corría lánguida y apagada. Debajo de sus palabras indiferentes se trasparentaba una tristeza profunda. Ambos tenían la voz levemente enronquecida y temblorosa.

Al pronunciar estas palabras con voz débil, el señor Aubry trataba de sonreír. Señor protestó Huberto, usted me deja confuso; creo que puedo ser considerado por usted como perteneciente a su familia. La señora Aubry entró. Se dirigió hacia su marido, le tomó las manos y le preguntó, temblorosa: Amigo mío, ¿qué tienes? ¿qué ha sucedido? Jaime la interrumpió: Querida mamá, no te alarmes.

Luis comenzó a sobresaltarse, a emitir sus opiniones con voz temblorosa, a tratar de huir la conversación. Fernanda dijo de repente con perfecta calma y en tono resuelto: Yo no volveré a casarme segunda vez. Se puso pálido.

Aresti pensaba en el ocaso de los dioses, en el último crepúsculo de las religiones. ¡Ay, si la noche que llegaba fuese eterna para los viejos ídolos; si al salir de nuevo el sol viese la tierra limpia de todas las leyendas creadas por la debilidad humana, balbuciente y temblorosa ante el negro secreto de la muerte!

¡ que lo es! murmuró Elena con voz temblorosa. Se le puede tener por la mitad del dinero que a otro. Nunca se queja, a nadie causa molestia: a veces por no llamar él mismo viene abajo a buscar a la cocina lo que le hace falta. En fin, no se le siente en la casa y por lo mismo todos andamos de coronilla para servirle. Estará triste, ¿verdad...? Ha tenido algunas pérdidas de fortuna... ¿Triste?

Quevedo llamó á la puerta de la casa donde estaba doña Clara Soldevilla. Cuando entró en el aposento donde estaba ésta con don Juan, la joven se levantó de una silla y corrió á su marido, le asió las manos temblorosa y le miró con ansiedad. Quevedo despidió al cocinero mayor, que todavía estaba allí. Don Juan sonrió enamorado, transportado de alegría, á doña Clara. Y esta alegría no era fingida.

Por último, la señorita fijó los ojos en el techo y, con voz bastante dulce aunque temblorosa, entonó la siguiente canción: Esperanza halagüeña a mis sentidos, endulzas de mi pena el amargor; ¡ay!, no eres un bien imaginario, eres el bálsamo grato al corazón.

Entonces Velázquez, deponiendo las últimas migajas de orgullo que le quedaban, profirió con voz temblorosa: He pasado una noche y un día muy amargos, Soledad. Me parecía imposible que un cariño de toda la vida pudiera romperse en un minuto.

Tuve miedo de no poder dominar mi emoción por más tiempo y quise huir precipitadamente, sin una palabra de despedida. Cuando abrí la puerta, vi delante de a Marta. Allí estaba ella, descalza, a medio vestir, pálida como una muerta y temblorosa. No pudo hacer un movimiento; sin duda le faltaron las fuerzas.

Palabra del Dia

rigoleto

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