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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Se apagó tremulante la voz del solariego; Salvador, inmutado por la gravedad de aquella revelación que tal vez esperaba, se atrevió a decir, después de meditar: Si usted la reconoce.... Otra vez se alzó, como en sollozo contenido, la voz temblorosa.

Después de algunos instantes prosiguió en silencio y con mano temblorosa su tarea. No era la primera vez que había sonado en sus oídos tal noticia. Cuando más niña, alguna compañera maligna le había injuriado de este modo. No le había hecho caso; ni siquiera había pensado en ello. ¿Por qué ahora le producía tan viva impresión?

Su voz temblorosa, su mirada húmeda, eran de una pobre mujer que se esfuerza por contener su emoción. Miguel balbuceó contuso, desorientado. ¿El había podido hacer tanto mal? ¿Cuándo?... ¿cómo?... Alicia, sorda á sus preguntas, sólo pensaba en ella y en su desgracia.

Los diez marineros y el segundo de la Urna de San José se miraron palideciendo; no obstante, gritaron con voz un poco temblorosa, es verdad: ¡Viva el rey! ¡Adelante la Urna de San José y el valiente Santiago!

Es tan pronto el ruido sordo que hace un pirata borracho cayendo sobre el suelo, como la voz temblorosa de los que aun tienen el vaso en una mano y con la otra se agarran a la mesa. ¡Vino aquí, grumete, vino, o te aplasto! Y los hay que luchan entre ellos pie contra pie, frente contra frente.

Fijóse en mi, y al punto, llamándome por mi nombre, se me acercó con muestras de alegría por haberme encontrado. Era el diplomático. Gabriel me dijo con voz temblorosa y sin dejar de mirar hacia el sitio del tumulto , vas a hacerme un favor... ¡Los franceses! ¡Están ahí los franceses!

Pero ni Moreno ni el ingenioso Sánchez estaban de humor para reírse. Lo hicieron, sin embargo, pero resultó la risa del conejo. Si usted me hiciera ahora el favor de la mano... dijo D. Pantaleón con voz temblorosa. Hombre, es usted muy viejo... pero, en fin, allá va. No, la derecha no, la izquierda. ¡Vaya por la zurda! exclamó el hombre alargándola.

No mucho; unas veinte hojas en un sobre. Entonces busque usted un momento favorable para poner el sobre en este libro, y hágame una seña para que yo lo busque en seguida y no caiga en otras manos... Estaba yo ruborizada y temblorosa por tener que recurrir a semejantes astucias, y casi me despreciaba al ver que se me ocurrían como si el alma invisible de Luciana me las inspirase.

Sin embargo, Demetria, que había oído rumor de conversación, bajaba ya la escalera. Al ver una señora se detuvo sorprendida. Hubo unos momentos de silencio. Aquellas tres personas se miraron sin despegar los labios. Al cabo Felicia con voz temblorosa dijo: Demetria, acércate... Esta señora viene á buscarte... Lo que te han dicho era la verdad... Aquí tienes á tu madre; yo no lo soy...

En el mismo instante el ciego se sintió apretado fuertemente por unos brazos vigorosos que casi le asfixiaron y escuchó en su oído una voz temblorosa que exclamó: ¡Dios mío, qué horror y qué felicidad! Soy un criminal, soy tu hermano Santiago. Y los dos hermanos quedaron abrazadas y sollozando algunos minutos en medio de la calle. La nieve caía sobre ellos dulcemente.

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