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Actualizado: 30 de junio de 2025
Esta carta, donde al través de la firmeza y naturalidad de los conceptos, se entrevía una mano temblorosa y unos ojos nublados por las lágrimas, conmovió hondamente a nuestro héroe, y le hubiera conmovido aún más, hasta el punto quizá de marcharse aquel mismo día a Pasajes para pedir perdón a Maximina y hacerla su esposa, si desgraciadamente aquél no fuese un día crítico y terrible de su existencia.
Señora doña María replicó Amaranta con la voz tan temblorosa, a causa de la cólera, que apenas se entendían sus palabras no vino mi hija seducida por lord Gray. Vino acompañada por él o por otro, que esto no hace al caso, y movida de propia inspiración y deseo.
El jardín seguía iluminado por el sol, pero el verde de los árboles, el amarillo del suelo, el azul del espacio, las espumas blancas del río, todo le pareció obscuro y difuso, como si cayese una lluvia de ceniza. Entonces... ¿todo ha terminado entre nosotros? Su voz temblorosa, suplicante, cargada de lágrimas, hizo que ella volviese la cabeza para ocultar su emoción.
Es un falso, un hipócrita, y si no le aborrezco, no tengo perdón de Dios». En esto, sintió que Juan la abrazaba por la cintura... «Quítate, déjame... gritó ella . Estoy muy incomodada; ¿pero no ves que estoy muy incomodada?». Juan la vio temblorosa y sin poder respirar. «Perdone uste, señora» replicó bromeando.
Espere usted, Anita, que la acompaño murmuraba . Espere usted... puede ocurrírsele a usted algo. Encogiose de hombros Ana, y acortó el paso para dejar que se uniese Borrén. Emparejaron y caminaron en silencio por la carretera; Ana con los labios apretados y algo escalofriada y temblorosa, a pesar de ir muy arropada en el mantón.
Y en los oídos del joven agolpáronse en tropel las vergonzosas confidencias, hechas en voz baja, temblorosa, no por el remordimiento, sino por la humillación que suponía confesar la situación de la casa, aun a su propio hijo. Las fincas todas hipotecadas, y si las vendía, no llegaría su importe a la mitad de las deudas.
En efecto balbuceó haciendo un esfuerzo, aquí está también la firma de... ese caballero. Se calló, mirando atontada el papel, que conservaba en su mano temblorosa; don Raimundo, apoyado en el bastón, la chistera sobre las rodillas, esperaba.
Pues me ha dicho que si la señora quiere, naturalmente, se pondrá en la escalera cuando pase el Santísimo y tocará la marcha real...». El otro infeliz murmuró algo, con marcado acento extranjero, llevándose a la gorra la temblorosa mano. «¡Pero qué cosas se le ocurren a este hombre!
Teodoro se inclinó, y besando la frente de la Nela, dijo así con firme acento: Mujer, has hecho bien en dejar este mundo. Florentina se echó a llorar, murmurando con voz ahogada y temblorosa: Yo quería hacerla feliz, y ella no quiso serlo. Adiós ¡Cosa rara, inaudita!
Cuando llegó arriba estaba, tan conmovido que no se atrevió a que le viesen en aquel estado: descansó algunos momentos procurando serenarse, y después que lo hubo conseguido a medias, cogió el llamador con mano temblorosa, tirando de él suavemente. Esperó un rato sin que nadie viniese: cuando ya iba a tirar segunda vez, oyose una voz adentro que decía con tono imperioso: ¡Que han llamado!
Palabra del Dia
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