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Poco después vio al joven asomarse a la ventana y apoyado de codos en ella, soñar tal vez, como él había hecho en días lejanos, enfrente de los campos dormidos.

¿No lo decia yo?.... el correo de hoy!.... La una es de N. su corresponsal en la plaza N. Vamos, cabalmente allí tenia sus aprietos. Dice así: «Muy Sr. mio: en este momento acabo de salir de la reunion consabida. No faltaban renitentes, pero al fin apoyado de los amigos N N, he conseguido que todo el mundo entrase en razon.

Me fijé más aún, me fijé con el tenaz ahinco de una curiosidad entre novelesca y compasiva, entre parisiense y cristiana, y llegué á distinguir que aquella mujer tenia apoyado el codo derecho sobre uno de los quicios de las maderas, mientras que dejaba caer el rostro hácia adelante con un descuido tal, que su aliento empañaba los cristales.

Le veía apoyado en la pared de enfrente, cerca del cafetín, de puntillas algunas veces para dominar mejor el agitado río de cabezas que en corriente interminable atravesaba la plazuela, y lanzando al balcón de Amparito miradas de inmensa desesperación, que ella... ¡la ingrata! decía que eran de cordero degollado.

Hullin, con el codo apoyado en la mesa y la mano en la mejilla, la miraba ir y venir, gravemente, pensando en la cantidad de firmeza, de voluntad y de resolución que existía en aquel cuerpecillo, ligero como una hada y decidido como un húsar. Pocos instantes después Luisa le servía la tortilla en un plato grande y vidriado, el pan, el vaso y la botella. Aquí tienes, papá; y, ahora, regálate.

María se ruborizó á estas palabras de su hermano, pero no apartó los ojos de Tragomer y dibujó en sus labios una sonrisa. Volvió en seguida á Jacobo á quién no se cansaba de ver, de tocar y de besar. Marenval, apoyado en la pared de la cámara presenciaba esta escena conmovedora sin tratar de contener su enternecimiento.

El Caballero, con el andar desfallecido, llega a la puerta y pulsa. Apoyado en la jamba, espera. Los mendigos y los criados se agrupan detrás, todos en un gran silencio. El Caballero vuelve a pulsar en la puerta, y acompaña con grandes voces los golpes de su puño cerrado.

Los dos hijos de Materne se habían agarrado del brazo, como si tuvieran miedo de perderse, y su padre, detrás de ellos, apoyado en la pared y el codo en el cañón de la carabina, les miraba con satisfacción. «Están aquí, los estoy viendo parecía decirse el anciano ; son fuertes los muchachos; los dos han logrado salvar el pellejo.» Y el valiente guerrillero tosía en el hueco de la mano.

Pero bien adivinaba el significado de aquel imperioso «¡Vetedel valentón, apoyado por las muestras de asentimiento de todos.

Sobre el mármol de la mesa de noche, medio apoyado contra la lámpara, reposaba un libro, todavía abierto, como si se le hubiera dejado allí en el momento de apagar la luz. Sobre todo aquello parecía cernerse esa paz serena e indefinible que revela el alma pura de una niña. La que allí moraba se había dormido la víspera con una plegaria para despertarse en la mañana con una sonrisa.