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En cuanto tuvo junto a a Bonis, le plantó un pie encima, un pie sin zapato, calzado con media de seda. ¡Nene dijo acercándole la cara al oído , apestas a colonia! Y le azotó un tobillo, por encima del pantalón, con el pie descalzo. Bonis se ruborizó no por lo del pie, sino por lo de la colonia; aquel olor era el rastro de su esclavitud doméstica.

El ingeniero al decir esto daba tantas vueltas al brazo de la niña, lo manoseaba tanto, que el señor de Ciudad, que contemplaba la operación desde la proa con ojos torvos, no pudo menos de exclamar en tono colérico: Amparo, ¿quieres bajarte esa manga?... ¡Chicuela más tonta!... La niña se ruborizó y bajó la manga.

Quenoveva palideció y se ruborizó de alegría al recibir la sortija; respecto a los juguetes, Urbistondo opinó que para el primer día bastaba con que los chicos los vieran únicamente; si no, los iban a romper. Me despedí de Urbistondo y de su familia, y Mary y yo nos dirigimos a Lúzaro por el Izarra.

Ahora tampoco está muy colorada, pero ¡vamos!... ya es otra cosa. Fijé la vista con atención en ella, y observé que se ruborizó, volviéndose en seguida de espaldas para coger un vaso de agua.

Ahora no, ahora me parecen sus ojos muy suaves. La muchacha se ruborizó sonriendo. La verdad es dijo Bautista que has tenido suerte. Esta señorita te ha cuidado como a un rey. ¡Qué menos podía hacer por uno de nuestros salvadores! exclamó ella ocultando su confusión . Oh, pero no hable usted tanto. Para el primer día es demasiado. Una pregunta sólo dijo Martín. Veamos la pregunta contestó ella.

Comprendía que era una humillación, pero no tenía fuerzas para resistir al anhelo de confesarse. Adolfo. ¿Qué hay? respondió éste sin apartar la vista del periódico. Dame la enhorabuena. Al pronunciar estas palabras se ruborizó. ¡Ah, ! exclamó el otro alzando la cabeza y mirándole con sonrisa entre burlona y benévola.

Mis ojos debieron expresar tan sincera admiración que se ruborizó levemente. Papá duerme todavía me dijo. Entonces, me retiro; ya volveré. Nada de eso; pase usted, que no tardará en levantarse. Me obligó a pasar a un salón lujosamente decorado con tapices y objetos antiguos de gran valor.

Tus perros, linda cazadora, han descubierto este par de piezas... ¡Tira, tira sobre ellas! exclamó don Germán riendo. ¡Fuego! respondió la joven acercándose a él y dándole un beso en la mejilla. Dispara el segundo. Mira que la otra pieza se escapa. Clara se ruborizó. Aunque se escape volverá de nuevo al tiro como las palomas torcaces.

Eso no prueba más que tiene V. un corazón agradecido y piadoso. Maximina se ruborizó entonces hasta las orejas. Adolfo, a quien sin duda pareció muy mal esta alabanza y quería a todo trance desahogar su resentimiento, exclamó sonriendo estúpidamente: ¡Es una beatona! Se pasa la vida comiendo los santos. Pues ahora no estaba comiendo los santos, sino barriendo respondió Miguel.

Luego añadió, con un deseo de tomar el desquite: Pero los guerreros masculinos están mandados por oficiales hembras, sin duda para mantener los privilegios del sexo. ¿No temen ustedes que esos atletas brutales falten al respeto á sus jefes y atenten contra ellos? El profesor Flimnap se ruborizó y dijo con apresuramiento: No tema eso, gentleman.