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¿Ves ese me decía que se tambalea sobre las piernas, y lleva la cara metida hasta las narices en un sombrero viejo, mal calzado y peor vestido? Pues es un hombre muy honrado; tiene siete hijos, y el mayor, con quien gastó la mitad de su pobreza para librarle de la cárcel en que le metieron por haber dado una paliza á su vecino, después de casado le puso pleito y le embargó la pobre choza que le quedaba, porque no le devolvió una corta suma el mismo día en que venció el plazo del préstamo.... Hoy se habría muerto de hambre y de pena si yo no le hubiera dado el dinero para salir de su apuro. Ese otro jaquetón, tan planchado y que parece un señor, es un trapisondista capaz de pegársela al lucero del alba. Repara bien en esa mujer que nos ha saludado con voz melosa y sin levantar los ojos del suelo; pues es una bribonaza, chismosa, enredadora y capaz de beberse á toda su casta: apostaría una oreja á que lleva la botella del aguardiente debajo del delantal. ¡

Allá van, sin más arreos que el calzado y bordón del peregrino; ellos son, allá van, arde en deseos su pecho, hoguera del amor divino; ellos, los pescadores galileos, allá van, cada cual por su camino; hombres son de entre el pueblo despreciado y apóstoles de un Dios crucificado.

Por lo demás, harto conocidas suelen ser de los que se han ido, no pocos de los cuales, cabe en los límites de lo verosímil, y a veces de lo probable, que les deban el dinero con que se fueron, o el calzado o la vestidura con que se engalanarán en los baños. Tranquilicémonos, no obstante, y no compadezcamos a las personas no conocidas que fiaron o prestaron.

Si el servicio de la comida lo hacen hombres, deben tener guantes blancos de hilo o algodón y calzado que no haga ruido; de los guantes han de darse a cada criado tres o cuatro pares, pues es preferible servir sin nada que hacerlo con guantes sucios; si el servicio está hecho por mujeres, no deben llevar nada en las manos.

Había ido rápidamente a buscar su sombrero y su sobretodo, conservando sólo la presencia de espíritu necesaria para darse cuenta de que no debía pasar por un insensato; pero se lanzó a caminar en la nieve sin preocuparse de su calzado de baile. Minutos después se dirigía rápidamente a las canteras en compañía de Dolly.

Las marismas estaban llenas de agua, la alta marea había sumergido en parte el jardín del faro, batiendo tranquilamente la base de la torre que se asentaba ya sobre un islote. Magdalena caminaba ágilmente por los caminos mojados. Cada paso señalaba en la tierra blanda la huella de su calzado estrecho, con altos tacones.

Hecho este pacto, nuestro amigo se traslada al vestuario para entretener de este modo el tiempo. Encuentra ya á las actrices, que se despojan de sus vestidos ordinarios y se ponen los que exige la representación de la pieza; estando tan desnudas en ocasiones como antes de meterse en la cama. Preséntase delante de una, que, por haber venido á pie, muda entonces de calzado con ayuda de su criada.

Pero, señor, si el drama no es más que cuestión de calzado, cuestión de ponerse en dos pies y levantar la cabeza todo lo posible, en son de desafío, hacia el cielo, en donde se oculta el destino de los hombres.... ¿Es verosímil que los hombres inventasen así, a secas, el drama? ¡Qué desatino!

Pero a fe que se habrá divertido bastante en este mundo con las mozas guapas, y si buenos azotes le cuesta ahora, buenas ínsulas se habrá calzado. ¡Eh!... cuidado con las dosis. No sea usted tan vivo de genio. Mire que va a jorobar al paciente, y la saliva que eche va a llegar hasta aquí... ¡Qué hermosa es la Farmacia! Para hay dos artes, la Farmacia y la Música. Ambas curan a la humanidad.

Este se retiró, diciendo medio entre dientes «¡qué criolla diabla!... cómo ha calzado»... La tardanza de Ricardo empezaba a preocupar a Melchor, que se disponía a ir o a mandar en su busca cuando al cabo de cuatro días de ausencia y en momentos en que se levantaban de almorzar, llegó a la estancia bajo un sol de fuego. ¿Cómo vienes a esta hora? fue el saludo de Melchor.