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Los cuellos almidonados de los hombres perdían la acorazada tersura de su planchado; se ondulaban como muros de porcelana próximos a resquebrajarse. De las orejas velludas colgaban perlas de sudor.

Hay unas máquinas con cilindros, lo mismo que rotativas de periódicos; sólo que en vez de largar pliegos impresos, sueltan camisas, sueltan pantalones, sueltan sábanas, montañas de ropa blanca, como sólo se verían si desalojasen de golpe toda una calle de tiendas... El planchado aún es más interesante.

Es nuestra Dirección General de Higiene: los lavaderos, el taller de planchado y el gimnasio, con un sinnúmero de aparatos movidos por la electricidad, invenciones diabólicas que le estiran a usted, le encogen, le rascan la espalda y le cosquillean como un rosario de hormigas. ¡Cosa de ver el lavadero, amigo Ojeda! continuó tras una pausa . ¡Lástima que esté ahora cerrado!

Digo, pues, que a D. León no se le conocieron en la vida más que un par de botas, unos pantalones de color de ceniza muy sufridos, una levita y un enorme sombrero de copa, todo ello tan limpio, tan planchado y reluciente que siempre pareció que acababa de salir de la tienda.

A los artesanos, con su mejor chaqueta de terciopelo, sus pantalones de dril muy planchado y su sombrerín de castor fino, da gozo verlos. Los indios, en verdad, descalzos y mugrientos, en medio de tanta limpieza y luz, parecen llagas.

Ellas, las mozas, venían en grupo, disimulando su turbación con una sonrisa y haciendo sonar sus enaguas almidonadas y sus vestidos de percaltiesos a fuerza de planchado y que cantaban alegremente al rozar el suelo.

Calzaba medias azules y zapatillas de «cintos» negros y tenía echado sobre los hombros un gabanote obscuro, forrado de tartán de muchos colores. Nada de corbatín ni siquiera de cuello alto ni planchado.

Se bordaba en blanco, en sedas de colores y en oro; el planchado era admirable; los roquetes, albas, paños de altar, sabanillas y almohadones para santos sepulcros, parecían obra de hadas; los ternos, casullas, mangas y estandartes, eran verdaderos prodigios artísticos; y como antes ocurrió que solía quedar un remanente de velas, comenzó también a tener la casa en almacén más de lo que había menester para sus obsequios.

La «planchadora», por el contrario, prefiere la murmuración a la «plancha». Alguna vez se «plancha» sin ser «planchadora»; un «planchado» fortuito, casual, injustificado; porque, usando el lenguaje corriente, hay bailes con suerte y bailes con desgracia. He aquí un fenómeno superior a nuestra capacidad analítica. ¿Por qué en unos bailes tenemos éxito y en otros no lo tenemos? Misterio.

De repente don Juan se dirige hacia la alcoba, porque más allá del hueco que la separa del despacho, se ve la cama cubierta de un rico paño japonés. «Esto está mal; no debe verse tanto» pensó, y desplegando un biombo de telas antiguas, ocultó el lecho, del cual sólo quedaron visibles las almohadas, blancas, limpísimas, aún cuadriculadas por los dobleces del planchado.