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Alvar García de Santamaria nos hizo una descripcion minuciosa, de la que solo tomarémos lo mas importante. En el capitulo 5.º ya hemos referido cómo estaba adornado el patio formando una sala, de cuyo cielo colgaban 16 candeleros con cuatro hachas cada uno.

Venía un colono y le decía: Señor; Joaquín el martinetero, ha cortado ayer las cañas del nogal que colgaban sobre su huerta. ¡Pero el nogal era mío! exclamaba don Pedro enrojecido súbito por la cólera y sorpresa. , señor... pero como colgaban sobre su huerta... ¿Cómo se ha atrevido ese pillo a tocar en una cosa que es mía, mía?

Fijándose en los jamones que colgaban de un barrote de hierro y en las oscuras morcillas que les acompañaban, no se podía menos de pensar en algún inmenso árbol de Jauja, que había metido allí una de sus ramas, completamente llena de gigantescas frutas, tan sabrosas como picantes.

De ellas colgaban, prendidas con alfileres, toquillas de los colores vivos y elementales que agradan a los salvajes.

Los chicos, morenos, casi negros, delgados y medio desnudos, que se colgaban a sus faldas, parecían, en efecto, lombrices. ¿Quiere su mersé esperá un momento aquí a que de senar a los niños y los deje acostado? Respondí que prefería quedarme a la puerta de casa si me sacaba una silla, porque la noche estaba asaz calurosa, y así lo hizo.

«Así, así... muertos los dos... charco de sangre... yo vengado, mi honra la... la... vadita» murmuraba él dando golpes cada vez más flojos, y al fin se desplomó sobre el jergón boca abajo. Las piernas colgaban fuera, la cara se oprimía contra la almohada, y en tal postura rumiaba expresiones oscuras que se apagaban resolviéndose en ronquidos.

Rosa estaba entre ellas, moviéndose con más ligereza y garbo que ninguna, luciendo su talle flexible, que aprisionaba un pañuelo de Manila, regalo de su señor tío el americano D. Jaime, y adornada la cabeza con otro colorado de seda, por debajo del cual asomaban los rizos de su negro cabello. Un collar de gruesos corales le ceñía la garganta, y pendientes largos de perlas colgaban de sus orejas.

Después se fueron al cuarto de don Mariano, que era un magnífico gabinete con dos balcones a la plaza, decorado con gusto severo y clásico; grandes sillones de cuero, ricos tapices, escritorio de ébano y armarios para los libros de la misma madera. En las paredes colgaban algunos retratos de familia pintados al óleo.

Semejante solecismo arquitectónico era el quitapesares de las señoritas de Pardo; allí se las encontraba siempre, posadas como pájaros en rama favorita, allí hacían labor, allí tenían un breve jardín, contenido en macetas y cajones, allí colgaban jaulas de canarios y jilgueros; tal vez no parasen en esto los buenos oficios de la galería dichosa.

Colgaban sobre su pecho dos botellas de vino unidas en forma de gemelos, y al detenerse entre mesa y mesa, echaba mano a este grotesco instrumento, y con los ojos puestos en los golletes exploraba el comedor, como si buscase a alguien. ¡Capitán!... ¿Dónde está el capitán? preguntaba con voz ronca.