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¡Ya está muerto el puma! Esto lo gritó don Carlos agitando sobre su cabeza el arma enrojecida, mientras el bandolero daba vueltas junto á sus pies, apoyándose en un costado y en otro, entre ronquidos de agonizante.

Carmen le llevaba con frecuencia algo de comer, y el pobre animal le pagaba su compasión con artísticos arqueos y amorosos ronquidos.

Salió del paseo y se metió en los sauzales del río: allí estaba más a gusto, más solo, y podía llevar a cabo su propósito sin dificultad, porque en aquel paraje no lucía el sol: arriba, el dosel tupido de los sauces llorones; delante, el río, desenvolviendo sus aguas turbias; detrás, la ciudad, con sus ronquidos de gigante.

Doña Lupe corrió a ver a Maximiliano, que después de empezar a vestirse, había tenido que echarse otra vez en la cama. Provocado sin duda por las emociones de aquellos días, por el largo debate con su hermano Nicolás, y más aún quizás por los insufribles ronquidos de este, apareció el temido acceso.

Y el cura don Miguel había seguido yendo con constancia a la tertulia, si bien los diálogos sabios del Padre y de doña Luz le magnetizaban y embelesaban de tal suerte, que a los pocos minutos de empezar a oírlos, solía quedarse profundamente dormido, acompañándolos y animándolos a veces con una música de ronquidos interminables y sonoros.

Al oír esto, que Maxi expresó con cierta elocuencia, Fortunata volvió a inquietarse, y llamó de nuevo a su tío, que seguía dando los ronquidos por respuesta.

Le pareció que bebía algo caliente y viscoso, pero que lo bebía al revés, por un capricho del mecanismo de su vida, viniendo el extraño licor a su paladar desde lo más recóndito de sus entrañas. El bulto negro que se revolvía entre ronquidos a pocos pasos de él agrandábase cada vez que en sus contorsiones tocaba el suelo.

Ya que no te puedo matar. Esto basta para ti y para . Márchate. Se quedó tan ronco que sus últimas palabras apenas se entendían.... Después de hablar algo más con ronquidos y manotadas, pudo hacerse oír nuevamente. Aguarda.... La úlcera de mi vida, lo que me ha envenenado el cuerpo y ha trasformado mi carácter haciéndole displicente y salvaje, ha sido mi deshonra.

Los rugidos de las olas se amortiguaban y la brisa soplaba dulcemente como el hálito perezoso del que se prepara a dormir. Un silencio augusto y conmovedor empezaba a elevarse del seno de las aguas. En las cavernas de la roca, Marta dejó de percibir el grito acongojado que la asustara, y los truenos y ronquidos se habían ido cambiando lentamente en un glu glu suave y lánguido.

Ella le acarició, prometiéndole un regalo para más tarde, y como algunas lágrimas ardientes cayesen entonces sobra la piel tigresa del animal, volvió éste hacia la niña sus ojos mortecinos llenos de mansedumbre y le dijo algo piadoso en su bárbaro lenguaje; después lamió con delicia las gotas cálidas del llanto y tornó a sus arqueos y a sus ronquidos amistosos.