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La puerta de los Apóstoles, vieja, rojiza, carcomida por los siglos, extendiendo sus roídas bellezas á la luz del sol, formaba un fondo digno del antiguo tribunal: era como un dosel de piedra fabricado para cobijar una institución de cinco siglos.

De inmenso amor arrobadores cuentos nos relataba el río: aún palpitaban del ardiente estío en las fugaces auras los alientos. Con cántiga amorosa, daba su adiós al espirante día la alondra melodiosa: bajo inmenso dosel color de rosa Héspero, rutilante, sonreía.

«Otro aposento mas adentro, que llamaban el de la chimenea, estaba tambien todo colgado de tapicería mas fina, y allí habia un rico dosel, y este aposento sirvió para que la reina comiese los dias que duró la fiesta de la coronacion del rey.

Las luces del altar, al reflejarse en los oropeles de un luengo cortinón rojo que servía de dosel a la Virgen, brillaban estrellas tembladoras de aquella dulce obscuridad, indicando adónde debían dirigirse los piadosos ojos. Al poco rato de estar allí, parecióme aquel interior menos obscuro y comencé a ver distintamente todos los objetos.

Bueno, salude usted afectuosamente a mi tío, y dígale que tengo que hablar primero con mis padres él sabe de qué se trata y que inmediatamente después iré a verlo. La anciana murmuró algo, pero las palabras se ahogaron en su garganta. El carruaje continuó su camino hacia la casa del viejo Hellinger, situada bajo la sombra de viejos y soberbios tilos, como bajo un dosel.

Los oficiales que lo componían estaban sentados detrás de una larga mesa, vestida de damasco encarnado, debajo de un dosel de terciopelo que, en otro tiempo, cuando no estábamos en república, había servido para dar realce y prestigio al retrato del monarca. Se hallaban presididos por el gobernador militar, quien se había empeñado en llevar de un modo rápido y violento el asunto.

Primero caminamos por magníficas dehesas, sobre una llanísima alfombra de verdura y bajo un dosel de magníficos robles, encinas, fresnos, sauces y almeces, á través de cuyos severos troncos penetraba horizontalmente el alegre sol de la mañana. Después salimos á un monte cubierto de jarales floridos, cuyas blancas flores eran tantas, que parecía que el monte estaba nevado.

La Universidad de Deusto aún interesaba más á doña Cristina. ¡Cómo lamentaba ella no poder entrar en aquel palacio, tantas veces admirado al ir y volver á su casa; no poder correr por la montaña de su parque, y ver de cerca el San José, que dominaba el paisaje, bajo su dosel de luces eléctricas! La sabiduría de los buenos Padres se revelaba en todos los detalles del establecimiento.

Tou! ¡Tou! ¡Tou!... Ya somos dos. ¡Tampoco aquí podré estar sólo para morir en paz!... El señor mayorazgo tiene sus palacios y su cama con dosel... Aquí haránsele llagas las costas....Para el cuerpo de los señores es muy duro el cocho de Fuso Negro. ¿Duermes en esta cueva? Unas veces duermo y otras veces velo. ¡Yo te pido que me dejes morir aquí! ¿Quiere hacerse ermitaño el señor mayorazgo?

Con arreglo al ceremonial del caso el escribano de cámara, seguido de la Real Audiencia, avanzó hasta pocos pasos distante del dosel, y dijo en voz alta por tres veces: ¡Excelentísimo señor don Agustín Jáuregui! Y luego, volviéndose al concurso, pronunció esta frase obligada: Señores, no responde. ¡Falleció! ¡Falleció! ¡Falleció!