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Y no se imaginaban, después de un triunfo de diez años, que pudiera entrar en los campos abandonados otra persona que el tío Tomba, un pastor ciego y parlanchín, que, á falta de auditorio, relataba todos los días sus hazañas de guerrillero á su rebaño de sucias ovejas.

Como éste preguntase con su mirada el motivo de la desgracia, el arrumbador continuó con exaltación: De too tiene la culpa la beatería cochina. ¿Sabe usté mi delito?... No ir a entregá la papeleta que me dieron el sábado con el jornal. Y como si Montenegro no conociese las costumbres de la casa, el buen hombre relataba detalladamente lo ocurrido.

Abuela, para ahorrar palabras dijo con gravedad : voy a pegarme un tiro, y antes he querido verla, despedirme de usted para siempre. La vieja se persignó. ¡Alabado sea el Señor! ¿Pero se había vuelto loco? ¿Qué le pasaba, para decir tales disparates?... Con ojos de asombro escuchó al nieto, que relataba sus miserias.

¿Relataba usted de un joven que ahorcaron en Red-Dog por robar un filón? decía un día el señor Tomás a un pasajero del vapor. ¿Recuerda usted el color de sus ojos? Negros contestó el pasajero. ¡Ah! dijo el señor Tomás, como quien consulta un memorándum mental, los ojos de Carlos eran azules. Y alejábase inmediatamente.

Pero también tuvo que ponerse en plaza y público anfiteatro, pues no faltando quien adivinase las buenas gracias del gozque, los chistes del amo y las retahilas que relataba, todos apremiaron al estropeado para que divirtiese la fiesta, no pudiendo excusarse éste de tanto ruego, ya por la demanda y ganancia que pudiera haber, ya por cierta idea que le bullía en su magín.

Le gustaba a Yurrumendi, cuando relataba estos cuentos extraordinarios, documentar sus narraciones con una exactitud matemática, y así decía: «Una vez, en Liverpool, en la taberna del Dragón Rojo....» O si no: «Nos encontrábamos en el Atlántico, a la altura de Cabo Verde....»

Su tío relataba anécdotas sobre un político de gran actuación fallecido el día anterior. Yo lo traté mucho decía y pocas personas he conocido tan finas y tan amables. Ya pocos hombres quedan como esos, en el país. Era tan atento que le pasaban cosas curiosas. Ahora ustedes van a ver, les voy a contar.

Ahora relataba al doctor la enfermedad de don Tomás, el cura que iban á visitar; «un santo varón» que en otros tiempos confesaba á la de Sánchez Morueta y que pronto moriría como un justo si la Virgen no le salvaba con un milagro.

Ramiro comió con dignidad, sin dejar que su semblante tradujera el bajo deleite de las entrañas; mientras el paje, en pie, junto a la silla, relataba su reciente aventura: A la hora en que los porteros duermen la siesta, se había dirigido a la tienda de Pedro Gil, en el Mercado Chico, diciendo que su amo, don Diego de Valderrábano, acababa de llegar de la sierra y mandaba en busca de tal y cual cosa para su plato, que cuanto antes se lo remitiesen porque venía con harta necesidad.

Lo dice Maltranita, que es un mozo que escribe y ha tratado a muchas eminencias...». Ojeda rio de la seriedad con que relataba su amigo estos accidentes de la vida de a bordo.