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Dirijan ustedes una mirada a su alrededor; y si esta noche tienen tiempo de observar, si se encuentran de buen humor, si no han perdido el dinero en la Bolsa o escuchado un mal discurso en la Cámara, si su amante no les ha hecho traición o su esposa no les ha armado querella, si han comido bien, en compañía de personas de ingenio o, lo que es aún mejor, de verdaderos amigos, tomen asiento en la orquesta de la Opera; dirijan sus gemelos no hacia el escenario sino hacia las galerías, al anfiteatro y sobre todo a los palcos principales. ¡Qué cuadros tan variados, cuántas escenas de comedia y, con frecuencia, hasta de drama!

El balcón caía sobre un huerto del mismo ancho que aquella fachada de la casa, y muy poco más de largo, con sus correspondientes inclinaciones hacia ella y hacia el río; una docena de frutales en esqueleto; un cuadro de repollos medio podridos; algunas matas de ruda, de mejorana y de romero; un rosal vicioso y en barbecho lo demás; un muro viejo para cercarlo todo; y por encima del muro, surgiendo las moles de un negro anfiteatro de fragosos montes, que allá se andaban en altura con el peñón de la derecha, que formaba parte de él.

En otra se encuentra una alusión á los espectadores; y su clasificación en senado, auditorio, oyentes, anfiteatro, coliseo, galanes, damas, fregonas, ilustres, nobles, plebeyos, tocas, gorras, caperuzas, mosquetes y no mosqueteros.

No hay orquesta ni anfiteatro, y los asientos se hallan en el patio ó parterre, y en unos bancos... Antes era pública la entrada, aunque asistiera á la función el Rey; pero esta costumbre ha sido abolida, y para entrar ahora es preciso ser de un rango elevado, ó desempeñar, por lo menos, algún cargo importante, ó pertenecer á alguna de las tres órdenes militares ... Este teatro es, sin duda, muy bello: todo él está pintado y dorado, y los palcos, como en los nuestros de ópera, tienen celosías, pero desde arriba hasta abajo, de modo que son verdaderos aposentos.

Isidora había oído hablar de los ruiseñores como cifra y resumen de toda la poesía de la Naturaleza; pero no los había oído. Estos artistas no iban nunca por la Mancha. Puso atención, creyendo oír odas y canciones, y su semblante expresaba un éxtasis melancólico, aunque a decir verdad lo que se oía era una conversación de miles de picos, un galimatías parlamentario forestal, donde el músico más sutil no podría encontrar las endechas amorosas de que tanto se ha abusado en literatura. Miquis se echó a reír, y como si tuviera gusto en despoetizar la hermosa situación en que ambos se encontraban, dijo de improviso: «Isidora, ayer he estado trabajando en el anfiteatro con el Dr. Martín Alonso desde las dos hasta las cinco.

Cansados ya los caballos, y rotas las lanzas, usó Zadig esta treta: pasa por detras del príncipe azul, se abalanza á las ancas de su caballo, le coge por la mitad del cuerpo, le derriba en tierra: monta en la silla vacía, y empieza á dar vueltas al rededor de Otames tendido en el suelo. Clama todo el anfiteatro: Victoria por el caballero blanco.

El 17 á las cuatro de la tarde entrábamos á la linda bahía de San-Thomas, ya divertidos con los saltos y las evoluciones de dos ballenas que nos acompañaban á alguna distancia, ya encantados con el interesante aspecto de la bahía y el pintoresco anfiteatro de la ciudad. Las escenes de la tarde, la noche y la mañana siguiente, merecen una rápida descripcion.

Levantáronse todos cuando entraron los forasteros, haciéndolos acomodar en los mejores lugares que se hallaron, y, sosegada la Academia al repique de la campanilla del Presidente, habiendo referido algunos versos de los sujetos que habían dado en la pasada, y que daban fin en los que entonces había leído con una silva al Fénix, que leyó doña Ana Caro , décima musa sevillana , les pidió el Presidente a los dos forasteros que por honrar aquella academia repitiesen algunos versos suyos, que era imposible dejar de hacerlos muy buenos los que habían entrado a oír los pasados; y don Cleofás, sin hacerse más de rogar, por parecer castellano entendido y cortesano de nacimiento, dijo: Yo obedezco, con este soneto que escribí a la gran máscara del Rey nuestro señor, que se celebró en el Prado alto, junto al Buen Retiro, tan grande anfiteatro, que borró la memoria de los antiguos griegos y romanos.

El agua se precipitaba desde una altura de algunos pies, al fondo de un ancho estanque profundamente encajonado, de forma circular que parecía limitar por todos los lados un anfiteatro de verdura, salpicado de húmedas rocas. Sin embargo, algunas quebradas invisibles recibían el exceso del agua del pequeño lago, y estos arroyos iban á reunirse algo más lejos en un lecho común.

Los pueblos y caseríos moteaban de blanco estas pendientes, así como las bastidas, «villas» de placer de los mercaderes de la ciudad. Más allá de dicho semicírculo, el horizonte estaba cerrado por un anfiteatro de ásperas y sombrías montañas.