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De golpe entraron a la mente de Isidora ideas mil y recuerdos de una época en que la infancia se confundía con la adolescencia, época de tonterías, de miedos, de inocentes confianzas y de lances cuya memoria no siempre es agradable. No acertó a contestar sino con medias palabras.

Al día siguiente de aquel rasgo, merecedor de los mayores encomios, el autor de él, Frasquito Surupa, a quien por mote llamaban Gaitica en círculos que apenas es lícito nombrar, visitó solemnemente a Isidora.

El aprendiz de médico declaró al punto conocerla, y alegrándose de que allí estuviera, quiso participar de las dificultades de darle la noticia y del compromiso de consolarla y darle algún socorro si lo había menester. Fue el Director a su despacho en busca de Isidora, y allí pasó lo que referido queda.

«Bien, bien dijo el padre de la patria, no desdeñándose de inclinarse para recoger lo que estaba por el suelo . Ahora quítese usted el mantón de Manila». Isidora se lo quitó, y haciéndolo como un lío se lo tiró a la cara. «¿Quiere usted que le entregue todos mis vestidos? No es preciso que me los entregue usted replicó Botín con calma feroz . Yo me haré cargo de ellos.

Isidora; mi ropa; ve al momento á traer mi ropa, que me quiero levantar.... ¡Qué bien me siento ahora! Me dan ganas de ponerme á pintar, D. Francisco. En cuanto el niño se levante de la cama quiero hacerle el retrato. Gracias, gracia... sois muy buenos... los tres somos muy buenos, ¿verdad? Venga un abrazo, y pedid a Dios por . Tengo que irme, porque estoy con una zozobra que no puedo vivir.

Antes acudir a la limosna. ¿A quién, a quién, ¡Dios de mi vida!, si ya estaban explotadas todas las amistades? Alguien se presentó en casa de Isidora a ofrecerle cuanto necesitase para vencer dificultades tan angustiosas. Pero las condiciones de estos anticipos eran tales, que la joven los rechazó, espantada.

Las emociones varias que se sucedieron en Isidora, las cosas que pensó en rápido giro de la mente, no son para contadas.

Mientras duraron en casa de Isidora las abundancias y el regalo, Mariano hizo la vida de señorito holgazán, rebelde al estudio, duro al trabajo, blando a la disipación y al juego. Su precocidad para dar gusto a los sentidos revelaba que había de ser muy menguada en él la vida del espíritu.

tío el Canónigo dice que está excomulgado este buen señor; pero el Rey es Rey». Pasado su primer arrobamiento, Isidora empezó a ver con ojos de mujer, fijándose en detalles de vestidos, sombreros, adornos y trapos. «¡Qué variedad de sombreros! ¡Mira este, mira aquel, Miquis!... ¡Vaya un vestidito! Y , ¿por qué no montas a caballo, para parecerte a aquel joven?... Es un cursi.

«No me acordaba de que tengo que escribir unas cartas dijo Isidora repentinamente . ¿Me las dejas escribir aquí, en tu mesa? , , ángel ponzoñoso» contestó Augusto, en cuya alma retoñaban devaneos estudiantiles. Precipitadamente sacó papel, sobres. Isidora se sentó en el sillón de la mesa de despacho, él la dio pluma y ella se puso a escribir.