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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Isidora le miraba por una rasgadura hecha en la nube negra de su pena; le miraba y le reconocía. Sí, su memoria se iba iluminando ante aquella fisonomía que con ninguna otra podía confundirse.
No, mientras esto no se arregle y Mariano salga de la cárcel no diré una palabra, no daré un solo paso, no veré a mi abuela... ¡Ay, infeliz Isidora, infeliz mujer, infeliz mil veces! ¿Cómo quieres dormir con tanta culebrilla en el pensamiento?
Al llegar al arroyo de Butarque, Miquis creyó oportuno distraer a su compañera de viaje, porque, realmente, ¿a qué conducía aquel llorar continuo, si nada podía remediarse? Sentados uno junto a otro, callaron largo rato, él contemplativo, dolorida ella. Miquis canturriaba entre dientes. Isidora cuidaba de ocultar sus pies para que Miquis no viera lo mal calzados que estaban. «Isidora... ¿Qué?
El hechizo que estas brillantes instalaciones producían en el ánimo de Isidora era muy particular. Más que como objetos enteramente nuevos para ella, los veía como si fueran recobrados después de un largo destierro.
Tan turbada estaba Isidora, que no acertó a contestar al saludo afectuoso de la señora. No sabía lo que le pasaba. Se levantó, volvió a sentarse. No podía asegurar si dijo o no dijo algo. Se sentía morir. ¡El semblante de la marquesa no expresaba nada..., la marquesa no la había abrazado..., la marquesa no había parado mientes en su fisonomía!... Las dos se miraron.
Isidora y el escribano entraban en un vestíbulo nada espacioso; salía a recibirlos un empleado con gorra galoneada, traspasaban un cancel de cristales, y volviendo un poco a la derecha, encaraban con una puerta de pesados cerrojos, sobre la cual se leía en letras negras la palabra Rastrillo.
Indicó a Isidora la salida, dejando escapar de sus labios, trémulos de ira, esta palabreja: «¡Cursilona!...»
Desde aquella noche Mariano desapareció. Le buscaron y no fue hallado por ninguna parte, ni en mucho tiempo se tuvo noticia de él. Con estas y otras cosas, Isidora cayó en grave tristeza. Sus insomnios se repetían casi todas las noches, atormentándola con el alternado suplicio de ilusiones locas y de miserias reales, de delirio suntuario y de terror o desengaño.
¡Y tan célebre!... Vamos a lo principal. ¿Y tendrás a menos ser esposa de un Galeno? ¿De un qué?... ¿De una notabilidad?... ¡Oh, no! Poco entiendo de cosas del mundo; pero me parece que los grandes doctores pueden casarse con... Con las reinas, con las emperatrices. Y sobre todo chico añadió Isidora , de algo ha de valer que nos conozcamos ahora. Y lo que es a mí...».
Le han escamado los usureros. ¿Sabes que me da lástima? Es lo que llaman un buen muchacho, servicial, amable, cariñoso, débil, y que no hace daño a nadie más que a sí mismo». Isidora, turbada y nerviosa, varió la conversación y fingió ganas de reír. «¡Ah!, me han dicho que te casas. ¿Es verdad? Eso dicen, sí. Y cuando el río suena, boda lleva. ¿Con la del notario? Con la de Muñoz y Nones.
Palabra del Dia
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