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Por lo demás, el padre Jacinto era leal y no abusó de su derecho de hablar en secreto con Clarita para excitarla en contra de la boda con Don Casimiro. Sólo una noticia se atrevió á dar á Clarita por instigación de D. Fadrique: que D. Carlos, amonestado por el Comendador, se había vuelto á Sevilla con sus padres.

Mauricio continuó: Si usted quiere que la semana que acaba de pasar se borre de nuestra vida, es preciso que emprendamos de nuevo la existencia tal como la habíamos arreglado el día de mi boda. La base de nuestra convenio era el perdón franco y sin reservas de los daños recíprocos y la concordia en la familia. ¿Está usted resuelta á firmar la paz en esas condiciones?

Razón tenía, pues, doña Inés en seguir admirando a Juanita; en decirle, como le dijo, que se alegraría de tenerla por madre política; en desistir con gusto de que Juanita se hiciese monja para que no eclipsase a la Monja Alférez y fuese la Monja Generala, y en ofrecerle para el regalo de su boda la cantidad que pensaba dar para la dote de su monjío.

Esta era la causa de su insistente deseo de aplazar la boda: de una parte quería ocultar la infamia de su nacimiento, y de otra aquel extremo parecido perturbaba sus ideas hasta el punto de hacerle temer que, como heredó la belleza, heredaría también la desgracia y la deshonra. Calma, reflexión, frialdad, todo era inútil.

La fatalidad había levantado infranqueable barrera entre ellos; pero el joven, caprichoso de suyo y testarudo, con la agravante de encamotado, tenía hecho el juramento de vencer todos los obstáculos, y conseguir la mano de la muchacha: ítem más, la reconciliación de las dos familias. ¡Qué final de melodrama más hermoso; una boda y pelillos a la mar, o canje de abrazos fraternales entre los que han andado durante toda la obra tirándose los trastos a la cabeza!

En fin, todos se compusieron y engalanaron, excepto Momo, que no quiso molestarse en una ocasión como aquella, lo que dio motivo a que la Gaviota le dijese: Has hecho bien, gaznápiro; por aquello de que «aunque la mona se vista de seda, mona se queda». La misma falta haces en mi boda, que los perros en misa.

La boda de Gallardo era un acontecimiento nacional. Hasta bien entrada la noche sonaron las guitarras con melancólico quejido, acompañadas de palmoteo y repique de palillos.

Clara iba a salir de la glorieta con el corazón mortalmente herido, pues en las muchas reyertas que habían tenido nunca habían llegado a palabras tan agrias, cuando entraba Elena en su busca. Al verla de aquella forma, descompuesta y pálida y observar la actitud airada de Tristán, hizo alto sorprendida. ¿Qué es eso, habéis reñido...? ¡Qué feo, qué feo en vísperas de boda!

Dolorcitas parecía decidirse por ; pero, al mismo tiempo, todo el mundo decía que iba a casarse con el hijo del marqués de Vernay, un señor de Jerez, no muy rico, pero de familia aristocrática. Le escribí a Dolorcitas y le hablé varias veces por la reja. Ella negaba que fuera a casarse y aseguraba que no torcerían su voluntad. Sin embargo, los indicios de la boda eran ciertos.

Ni al P. Jacinto me he confiado hasta ahora; pero á todo te lo confío. En mi ser pasa algo de extraño, que no acierto á entender. Quiero aún á D. Carlos. Y, no obstante, conozco que no debo darle esperanzas; que no debo casarme con él nunca; que me toca obedecer á mi madre, la cual anhela mi boda con D. Casimiro.