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Encuentro en los Campos Elíseos. A las ocho de la mañana estamos en la plaza de la Concordia, con el fin de tomar el ómnibus que á las ocho y media parte para Versalles, haciendo escala en Sevres.

A me gusta la paz y concordia entre príncipes cristianos. Una vida descansada, mi misita por las mañanas con la fresca, mi corito mañana y tarde, mi altar mayor cuando me toque, mi paseíto por las tardes, y vengan penas». Cuando estaban almorzando, Fortunata no podía alejar de este comentario: «Si fue un bien que me adecentaras, estúpido, ya te lo he pagado y no te debo nada».

Mi deseo es que se restablezca la concordia entre vuestra casa y la de ellos, y sería nuevo inconveniente para que mi deseo se lograse que D. Alonso supiera que el mariscal D. Diego, de quien tantos agravios ha recibido, le había agraviado también siendo el raptor de su hermano, a quien quiere con toda su alma.

No, duque, no, y esa es mi impaciencia; en vano pido á mis vasallos que se avengan, que no luchen, que no se despedacen, porque yo deseo la paz, la concordia; en vano los odios crecen, las enemistades se aumentan, las quejas zumban alrededor mío, y me trastornan. ¿Sabéis que he estado hablando con vuestro hijo el duque de Uceda más de una hora? Me lo habían dicho, señor.

Esta diferencia genial y emuladora no excluye, sino que tolera y aun favorece en muchísimos aspectos, la concordia de la solidaridad.

Porque más noble y grande, como yo mismo le dije, por ese acto, ha llevado el cumplimiento de su deber para con su país y su regia estirpe hasta el punto de contraer matrimonio con el Rey, conquistando para éste el amor de sus subditos, asegurando la paz y concordia del país a costa de su propio sacrificio.

Tres cafres de allende el Pirineo caminan mudos y sienten dolor en su alma, al cumplir el deber cristiano que tienen de pronunciar esta justa censura. ¿Qué Plaza es esta? pregunta el brigadier, medio amostazado todavía por la aventura del café-concierto. Es la célebre Plaza de la Concordia. ¿Y por qué es célebre? Por dos grandes bautismos de sangre.

A las cuatro estaba en la plaza de la Concordia, con la cara en alto y los ojos bien abiertos, al lado de otras gentes unidas á él por cordiales relaciones de compañerismo. Eran como los abonados á un mismo teatro, que en fuerza de verse acaban por ser amigos. «¿Vendrá?... ¿No vendrá hoyLas mujeres parecían las más vehementes.

Figúrese el lector la situacion siguiente: puesto en la plaza de la Concordia, frente á la Magdalena, se ven dos palacios: uno es el ministerio de Marina y de las Colonias: el otro corresponde á diferentes particulares, los cuales le dieron la forma de palacio para que formara un grupo simétrico con el de Marina.

Mas á todo silencio poner quiero, Que temo que mi platica te ofende, Y al trabajo me llaman, á do muero. Sale SEBASTIAN, Cautivo. Hase visto cosa igual? Hay tierra tan sin concordia, Do falta misericordia, Y sobra la crueldad? Donde se hallará disculpa De maldad tan insolente, Que pague el que es inocente, Por el que tuvo la culpa? O cielos! qué es lo que he visto!