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Noto, le dije, al par que caminábamos hácia la Concordia, que la arqueología de usted tiene instintos atroces. Seria menester, amigo mio, que diese usted más humanidad á sus caballerescos antojos. No son antojos caballerescos; son quimeras artísticas. Pues seria menester que tuviese usted quimeras artísticas más amables.

Todos de allá, qual yo, puestas las manos, Las rodillas por tierra, sollozando, Cercados de tormentos inhumanos, Poderoso señor, te están rogando Vuelvas los ojos de misericordia A los suyos, que están siempre llorando: Y pues te dexa agora la discordia, Que tanto te ha oprimido y fatigado, Y á mas andar te sigue la concordia, Haz, buen Rey, que sea por acabado Lo que con tanta audacia y valor tanto Fue por tu amado padre comenzado.

Que el orador, con su poderosa labia, se encargase de convencer al belicoso barón. Debían bajar juntos, pero solamente para almorzar en un buen hotel, dándose explicaciones a los postres los dos rivales; y él, por amor a la buena amistad y la concordia, iría hasta el sacrificio, pagando el champán a toda la compañía... Pero el señor Maltrana cerraba los oídos a tales intentos de seducción.

Si puede reunirse mas riqueza de accidentes y detalles, es cuestion que solo puede resolverla favorablemente la plaza de la Concordia, á la cual voy á conducir inmediatamente al lector. Desconfío de poder dibujar con tintas exactas tan portentoso sitio. Es cosa sabida que no tiene rival en el mundo.