United States or Suriname ? Vote for the TOP Country of the Week !


El río arrastraba sus olas amarillentas entre las carenas negras de los navíos y por el puente de Londres rodaban en incesante desfile los coches y los ómnibus. En lo alto de la ribera se levantaba la Torre alta y misteriosa y la entrada de los docks De Santa Catalina mostraba su amontonamiento de mercancías.

Cuenta Paris mil y doscientos hoteles de primer órden, y respecto al número de maisons meublées, que nosotros podemos llamar casas de huéspedes, es incalculable. Las diferentes empresas de ómnibus que hay en la capital tienen doce mil carruajes: el número de los coches particulares no tiene cifra.

Si Lóndres tiene en su laberinto de calles un enjambre de millares de ómnibus para el servicio de la multitud, y de pequeños coches de alquiler, en el Támesis tiene tambien un servicio permanente de buques, que llamaré vapores-ómnibus, y una nube de góndolas ó faluchos para la travesía, que equivalen á millares de puentes flotantes.

Encuentro en los Campos Elíseos. A las ocho de la mañana estamos en la plaza de la Concordia, con el fin de tomar el ómnibus que á las ocho y media parte para Versalles, haciendo escala en Sevres.

Al bajar del ómnibus, mi mujer y yo nos cruzamos algunas palabras: una de las señoras que esperaban sin duda algun amigo ó algun pariente, se acercó á nosotros y nos preguntó con el mayor afecto si eramos españoles. Es de Zaragoza, hace cuarenta años que vive en Francia, se llama doña Antonia, está casada con M. Houzé y vive en Passy, calle Mayor, núm. 38.

Yo tenia la nocion del arte universal; pero aquella nocion es ahora más exacta y más profunda; más universal, más extensa tambien; porque la toco prácticamente, y la práctica da á las cosas su última extension. Tomamos el ómnibus que va á Versalles, y apenas trascurrió hora y media, cuando ya pisábamos el suelo de esta antigua isla de Chipre.

Al poco tiempo subia en un ómnibus que me llevó al Palacio Real, y luego en otro que tenia la carrera de San Club, haciendo escala en el arco de la Estrella. Allí me apeé y seguí hasta el bosque de Bolonia. El bosque de Bolonia no es un paseo, propiamente hablando: es una selva que tiene leguas de extension: es el desahogo de las gentes de carruaje que van allí, como se va á tomar aires al campo.

Llegaron a la gran capital de la república francesa en una mañana nebulosa y turbia, y los asaltaron en la estación innumerables comisionados de las fondas, señalando cada cual al respectivo ómnibus, y pugnando por llevarse consigo a la gente.

Allí se ven paredes hechas con la muestra de una tienda o el encerado negro de una clase de Matemáticas; techos de latas claveteadas; puertas que fueron portezuelas de ómnibus, y vidrieras sin vidrios de antiquísimos balcones. Todo es allí vejez, polilla; todo está a punto de desquiciarse y caer. Es una ciudad movediza compuesta de ruinas.

Un ómnibus nos condujo inmediatamente á esa ciudad, por un amplio camino, que en realidad es una inmensa calle orillada por quintas suntuosas y terrazas, parques de espeso follaje y jardines cargados de perfumes. La ciudad, cortada en el fondo por dos arroyos que se juntan en profundas ramblas, demora sobre tres colinas y sus faldas interiores y estrechos vallecitos intermedios.