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A las seis de la mañana, Peña y don Feliciano por una parte, y Maza y Delaunay por la otra, los sacaron de sus domicilios para conducirlos al cementerio viejo. ¡Dios mío, al cementerio viejo! ¡Qué ideas tan lúgubres revolotearon por el cerebro de don Pedro Miranda mientras caminaba hacia allá! No es posible compararlas sino con las que asaltaron a don Rudesindo en el mismo trayecto.

Hechas estas reflexiones, que asaltaron con rapidez y en tumulto la mente del Vizconde, y movido además por el deseo, por el cariño y hasta por la obligación en que se creía de ofrecer consuelo, a fin de no pasar por descortés y por sandio, el Vizconde recordó con viveza las antiguas intimidades y mostró con mayor viveza aún el prurito de renovarlas. Pero se llevó chasco y se quedó frío.

¡Abur, amigo! gritó al verle caer y redoblando sus esfuerzos, llegó al reducto entre los primeros que lo asaltaron. El carlista estaba tendido encima de un montón de alforjas. Sin duda se arrastró hasta allí para morir.

No causa menos dolor el estrago que la rebelion hizo en el pueblo de San Pedro de Buena Vista, de la provincia de Chayanta, que, aunque tuvo la fortuna de escarmentar el atrevimiento de los indios cuando altivos y sobervios, lo asaltaron en los meses de Noviembre y Diciembre de 1780.

Juanita no se arrepentía nunca de lo que había hecho, después de haberlo reflexionado bien o mal; pero si su voluntad era firme y hasta terca, su entendimiento vacilaba y cambiaba a menudo, porque, sucesivamente cuando no al mismo tiempo, veía el pro y el contra de todas las cosas. Al hallarse en presencia de don Andrés le asaltaron dudas y sintió algo como remordimiento.

Luego, con una súbita corrida, La asaltaron, cercaron y aclamaron Por reina de las damas de la vida.

¡Esta flor le falta al ramo! murmuró entre dientes el pobre D. Luis cuando llegó a su casa y volvió a meterse en su cuarto, mohíno y maltratado por la rechifla, que él se exageraba y se figuraba insufrible. Se echó de golpe en un sillón, abatido y descorazonado, y mil ideas contrarias asaltaron su mente.

La Maya está ardiendo!", se gritaba por todas partes; y era desgarrador el espectáculo que ofrecían los pacíficos habitantes de San Luis, muchos de los cuales tienen parientes y amigos en el pueblo incendiado. Los infelices asaltaron la oficina del telégrafo, y con súplicas y amenazas pedían noticias de los seres queridos.

Así tambien en el pueblo de Arque fueron víctima de la sedicion todos los vecinos españoles, establecidos en él y su quebrada. En ella asaltaron al pueblo de Colcha, y egercitaron iguales crueldades, prendiendo á su cura, el Dr.

No qué malditos pensamientos asaltaron entonces mi debilitado y fatigado espíritu: me imaginé de repente con los colores más insoportables, el porvenir de lucha continua, de dependencia y humillación al que entraba lúgubremente por la puerta del hambre; sentí un disgusto profundo, absoluto, y como una imposibilidad de vivir.