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Ayer cuando me autorizó a esperar, la tomé una vez más la mano, y se la besé con avidez. Ella se estremeció, pero no la retiró. Yo conocí que ya era mía, que me habría sido fácil coger otro beso en la flor de sus labios. ¿Y al día siguiente, pocas horas después, se habría de dar la muerte?

No tiene fuego; su cumbre está violada, su entraña carcomida, perdió el Coloso vida, de tanta vida en flor, como extirpara luego, y loco de vergüenza y de arrepentimiento, va hundiéndose, va hundiéndose, la mismo que un perfume deshecho por el viento; reuniéndose; plegándose como una multitud plegárase en un templo, o como van los pájaros enfermos a su nido, para gemir: ¡Oh, Césares, miraos en mi ejemplo! para gritar: ¡Oh fuertes, yo muero arrepentido...!

Y por si esto pudiera ofenderla, dijo después: Usted, mamá, debe escuchar con gusto que Julia es guapa, porque además de ser su hija, se le parece notablemente. Tampoco admito esa flor encubierta... ¡Te has vuelto muy galante, Miguel! repuso la brigadiera dignándose sonreír afablemente. Más había de galantería que de verdad en lo que aquél acababa de decir.

El lauro, la palma o la flor que en tales certámenes han conquistado dichos poetas, aunque gente descontentadiza y satírica niegue que sea prueba de alta inspiración, prueba es y será siempre de habilidad artística, de esmerado buen gusto y de no vulgar cultura, lo cual ya no es poco.

Sus caras, al juntarse, estaban húmedas y chorreantes por la niebla. Ella besó como en la primera noche, de abajo arriba, entornando los ojos, palpitantes las alillas de la nariz, frunciendo los labios, como una flor que cierra sus pétalos. Pero Fernando sólo encontró en esta caricia una sensación lejana, semejante a la de un perfume desvanecido, a la de una música borrosa.

Los únicos hijos de la montaña que se encuentran al trepar por las pendientes son insectos que atraviesan los senderos, escurriéndose entre la hierba, ó zumbando por el aire; mariposas entre las cuales se nota al erebo negro de metálicos reflejos y al magnífico Apolo, viviente flor que revolotea entre otras flores acá y acullá, algún reptil que desaparece entre unas piedras.

Y ocurrió, que estando un día la princesa apoyada de codos en la baranda de ágata que dominaba aquel campo de colores vivos y movibles, vio una flor sencillísima, blanca y ligeramente sonrosada como mejilla pudorosa, que había brotado espontáneamente sin costar una gota de sudor ni un hilo de agua.

PATROS. Voy volando. Hoy, Virgen mía, mi ofrenda será mayor: debiera ser tan grande que dejara sin una flor el jardín de mis tíos; quisiera poner hoy ante tu imagen todas las cosas bonitas que hay en la Naturaleza, las rosas, las estrellas, los corazones que saben amar... ¡Oh, Virgen santa, consuelo y esperanza nuestra, no me abandones, llévame al bien que te he pedido, al que me prometiste anoche, hablándome con la expresión de tus divinos ojos, cuando yo con mis lágrimas te decía mi ansiedad, mi gratitud...!

Seguramente ha de haber alguna flor fresca en el ramillete, pues Chaves tenía materia sobrada á mano, y no es hombre que se la reserve, al contrario de otros eruditos, que todo lo que pueden lo reservan como si ganara réditos.

Era la Noche, divinidad misericordiosa que hacía ver á los desterrados en este rincón del planeta todos los seres amados por ellos. Como Ricardo Watson estaba solo en el mundo, la Noche escogía para él la flor más primaveral... Y el joven, antes de cerrar los ojos, empezó á conocer la dulce melancolía que acompaña siempre al primer amor.