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Tío Pedro, tío Pedro, no es esa la manera de querer a los hijos replicó la tía María ; el amar a los hijos es anteponer a todo lo que a ellos conviene. Pues bien está repuso el pescador levantándose de repente ; llévesela usted: en sus manos la pongo, al cuidado de ese señor la entrego y al amparo de Dios la encomiendo.

Balzac ha dicho muy bien que en el amor hay siempre un dios y un esclavo... Después de todo añadió al cabo de una pausa, el destino de la mujer es ése, amar y llorar. El amor en las mujeres engendra fatalmente el llanto, y esto consiste en que es más vivo y más tierno que en nosotros.

Pero no creo que disputamos hoy sobre el libre albedrío y la fatalidad, sino sobre si el alma al amar es desinteresada, porque busca su propio bien, aunque este propio bien estribe en el amor mismo. Así es dijo doña Luz. Esa es la cuestión de hoy añadió doña Manolita.

Yo... No señor... No amo a nadie: yo no puedo amar: yo no daría a mis hijos una madre sin nombre. franca conmigo, repuse: ¿amas acaso a tu protector? ¡Que si le amo...! Ya se ve que le amo, me contestó con la mayor naturalidad: acaso ¿no es mi padre? No, no me refiero yo a ese amor, sino a otro más íntimo: el amor que tiene una mujer al hombre de quien desearía ser esposa.

Ves la patria consumida, Y de enemigos cercada, Y tu memoria turbada Por amor de ella se olvida? En ira mi pecho se arde Por verte hablar sin cordura: Hizo el amor por ventura A ningun pecho cobarde? Dexo yo la centinela Por ir donde está mi dama? O estoy durmiendo en la cama Quando mi capitan vela? Hasme tu visto faltar De lo que debo á mi oficio, Por algun regalo ó vicio, Ni menos por bien amar?

En estos pueblos las mujeres son casi hombres: hombres afectuosos, imaginarios, tiernos: hombres como pueden serlo una madre y una hija, porque la naturaleza no puede mentir; pero personalidades humanas, verdaderos poderes en la familia, en la opinion, en el derecho, en las creaciones sociales; personas de razon, porque la educacion no puede dejar de enaltecer, libertando al esclavo; porque la libertad es la sancion divina del albedrío; porque el albedrío es la sancion divina del hombre; porque el hombre es la sancion divina de la sociedad; la libertad es el mismo Dios que se filtró en nuestra conciencia: sed semejantes á , quiere decir sed libres. «Si no sois libres, nos dice Dios, ¿con qué virtud me vais á amar

Siempre mi alma sintió la atracción de las alturas; siempre soñé con algo inmensamente grande. Mi espíritu veía con indiferencia las pequeñeces de nuestra vida corriente. Yo sólo podía amar á un gigante, y el gigante ha venido. ¿No le parece que un poder superior nos ha hecho el uno para el otro?... El Gentleman-Montaña sólo contestó á esta pregunta con un gesto ambiguo.

Su telar, en el que trabajaba sin reposo, había reaccionado sobre él, fortificando a su corazón el deseo de oír la repuesta de su ruido monótono. Y su tesoro, mientras estaba inclinado sobre él y lo veía crecer, conjuraría en su alma la facultad de amar, la endurecía y la aislaba como las monedas de metal que lo componían.

Porque me amáis, ¿no es verdad, y no comprendéis que se pueda amar tan pronto? Yo creo que tenéis más experiencia que yo. Os engañáis; no he amado hasta ahora, pero por lo que siento, no extraño que vos améis lo mismo que yo. Pero, ¿qué deseáis de ? ¿Qué deseo? Vuestro cuerpo y vuestra alma; vuestro recuerdo continuo... Quiero ser para vos el aire que respiréis. ¡Me estáis engañando! ¡Yo!

bien que el amor, el verdadero amor, es tímido y pudoroso, que no gusta de revelar secretos, que se afana por vivir escondido.... ¡Merece usted disculpa! Pero también que cuando amamos, cuando se ama como yo amar, es necesario que hablemos con alguno, de la persona amada. Se entiende que con alguno que sepa sentir como nosotros.