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¡Oh calor de la siesta filipina, calor de corazón, calor de fragua, en que hierve en la copa cristalina, con temblores estuosos, hasta el agua! Una suave molicie que alucina irrumpe en nuestra carne, y la cabeza, como agobiada de sopor, se inclina florecida de rosas de pereza. Hay como una decadencia en las pupilas húmedas de pasión; y mientras fiera la luz solar sobre las cosas arde,

¡Magnífico! dijo Castro . Casi eres un poeta al describir nuestra vida futura. Me has convencido. Vamos á ser felices. Pero no olvido tu permiso para la hembra y tu prohibición de la mujer. ¡Nada de faldas en Villa-Sirena! Hombres nada más, monjes con pantalones, egoístas y tolerantes, que se reunen para vivir dulcemente mientras arde el mundo.

Pues, sin embargo, hay cada viejo... No te fíes, que es como la leña verde: no arde; mucho chisporroteo y mucho humo, pero poca llama. No quería misia Gregoria, a pesar de estas declaraciones, dar su brazo a torcer. ¿Y cómo, si en su larga vida de casada, nunca había visto a Esteven salir más a menudo, entrar más tarde, andar más preocupado, más sin sosiego, más sin sueño, que esta vez?

Feliz y orgullosa, con las mejillas encendidas y los ojos brillantes, se pasea de su brazo fuera de la tienda. Ríe, charla y bromea, y él la imita lo mejor que puede. En el ardor del baile ha perdido la timidez por completo... Una alegría terrible arde en sus venas.

¿Quién está ahí? gritaba Ronzal con su alabada energía. Mi abrigo... café con leche... tengo ahí dentro mi abrigo.... Ja, ja, ja... contestaban los de dentro. ¡Está esto que arde! le decía Joaquín Orgaz a una niña del barón, que sonreía y miraba al techo.

Poco á poco fué extinguiéndose en ella aquel acompasado son, que es el último vibrar de la vida, y al fin todo calló, como calla la máquina del reloj que se para; y la linda Celinina fué un gracioso bulto, inerte y frío como mármol, blanco y transparente como la purificada cera que arde en los altares. ¿Se comprende ahora el remordimiento del padre?

Yo me alegro de que hayas venido. Lo que hago es extrañarlo, por lo mismo que de mañana no vienes nunca. ¿Qué nueva, pues, no menos importante que el anuncio de tu boda, puede hoy moverte a visitarme tan temprano? Vengo aquí de embajadora: te traigo un recado que arde en un candil. ¿De quién es el recado? Del Sr. D. Jaime Pimentel dijo doña Manolita.

Dase á conocer entonces el conde de Castilla, y se obliga á vengar en el Conde la injuria hecha á su sobrina; pero el Rey ordena á todos que guarden la mayor reserva, porque él basta y sobra para castigar al culpable como merece. Lisuardo, en efecto, es encerrado en la cárcel á su regreso, y condenado á muerte, libertándolo Doña Linda, cuyo amor hacia él arde todavía en su pecho.

De la Luna la luz límpida, la luz de perla se apaga, el perfume de las rosas muere en las dormidas auras, los senderos se oscurecen expiran las violas castas, menos y yo, todo huye, todo muere, todo pasa... ¡Todo se apaga y se extingue menos tus hondas miradas, tus dos ojos donde arde tu alma!

Arde Montoro, y La Torre, conducido vivo, va a ser pasado por las armas; pero un general francés, a quien poco antes había dado hospitalidad, intercede por él; es puesto en libertad, y aquel petit caporal de las guerrillas marcha a Sevilla y recibe de la Junta los galones de capitán de ejército.