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Valentina fué a entregar los patrones a la señora y se despidió hasta el día siguiente. Al cruzar por el pasillo oyó claramente el rumor de un beso. Miró hacia el cuarto obscuro que allí había, y creyó percibir los cuadros blancos y negros del vestido de Nieves. ¡Alza! ¡Esto está que arde! murmuró con aquel ceño saladísimo que tanto la caracterizaba.

En las guerras conyugales, por el contrario, se siente la vergüenza de mantenerlas. Y por eso se ocultan. Los cónyuges simulan la paz sin estar hechas las paces, ofreciendo al exterior una dulce concordia, mientras la guerra civil arde en casa.

Se había estremecido, sobre todo, al advertir la ventana por la cual su capitán había caído al mar, como todos sabemos. Melia le miraba con dolor: después se aproximó tímidamente, se arrodilló tomando una de sus manos que él le abandonó y le dijo: Kernok, ¿qué tiene usted?, su mano arde.

De aquí la sonrisa baironiana que aparece en su rostro al observar la dicha que arde en los ojos de una desposada. Emilita había cambiado de carácter en un cuarto de hora. Todo lo juguetona y pizpireta que se había mostrado hasta entonces, aparecía ahora grave y espetada.

Los príncipes y las princesas constituyen otros círculos menores. ¡Qué lindo! El palacio arde en pasiones. Intrigas, preferencias, luchas sordas por el favor real: los políticos y sus señoras andan de un círculo en otro, en competencia de predominio; unas veces arrimados a la reina, otras veces al rey, otras a los príncipes, según el giro de las influencias.

«Del gran dia celeste monumento, «Donde arde su divino pensamiento «Como el fuego sagrado en el altar: « alumbrarás del mundo las edades «En medio de las negras tempestades «Para impedir al mundo naufragar.

Pero ¿qué valen los deleites del sentido, ni qué valen las glorias todas y las magnificencias del mundo, cuando un alma arde y se consume en el amor divino, como yo entendía, tal vez con sobrada soberbia, que la mía estaba ardiendo y consumiéndose?

Y truena y retumba la voz de combate, despierta Granada; sus puertas se abren, y el rey con sus nobles y sus estandartes, y moros sin cuento, jinetes é infantes, allá por Elvira rebosan y parten, y cruzan la Vega, y allá adonde arde incendio terrible de mieses y hogares, rugiendo adelantan por sotos y valles.

¿Y aquella luz? la pregunté señalando una que ardía delante de una Virgen de los Dolores pintada al óleo. Esa luz arde delante de la Virgen desde el día en que usted salió de Madrid. Y entonces los ojos de Amparo se llenaron de lágrimas. No si hubiera cometido alguna imprudencia, porque en aquel momento sonó una campana.

ENRIQUE. Una llama del infierno arde en ellos. ELSA. ¿Y cómo fulguran de tal modo tus ojos? Los ojos de los espectros están apagados y mudos. ENRIQUE. Los iluminan resplandores del paraíso. ¡Amor mío, novia querida! ¡Si supieras cómo te amo! ¡Qué largo ha sido este día para ! ELSA. ¡Y para qué terrible! ENRIQUE. No podía más.