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Otra vez Lolita, esa pizpireta incorregible, tan movediza como la «Piedra movediza» de su pueblo, dijo burlonamente: ¡Así me gustan los hombres, altivos y valientes! Verá usted terminó Jacinto. No hubo tal duelo... El capitán Pérez, que es un cumplido caballero a quien conoce toda la sociedad bonaerense, me dio sus explicaciones.

Jovita era sentimental y reservada; Micaela tenía el genio violento; Socorro era la más pava, y Emilita la más pizpireta. Las dos intensas preocupaciones que llenaban la vida espiritual de D. Cristóbal Mateo eran la reducción del contingente del ejército y el casar a sus cuatro hijas, o por lo menos a dos.

Debe también decirse que la amoladora es extraordinariamente guapa... un verdadero bocado de cardenal, pizpireta, muy mona, bien formada y además tiene la piel muy blanca y los ojos de color de avellana que siempre miran a los hombres riéndose. ¡Si por casualidad, querido parisiense, llega usted alguna vez a pasar por Beaucaire!...

Herodías aprovechó la coyuntura para vengarse en la forma más cruel que puede idear el rencor femenino; y sugestionando a su hija, pizpireta inconsciente, como toda bailarina, hizo que pidiera al tetrarca, en premio a sus bailes, la cabeza del pobre Bautista, que al punto le fué ofrecida en un azafate o canastillo de mimbres, y no en plato o bandeja, como se presenta en la ópera de Strauss, en medio de una confusa e inarmónica trompetería orquestal.

Cuando le veía a Martín andar a caballo y entrar en el río, le deseaba un desliz peligroso. Le odiaba frenéticamente. Catalina, en vez de ser obscura y cerril como su hermano Carlos, era pizpireta, sonriente, alegre y muy bonita.

De aquí la sonrisa baironiana que aparece en su rostro al observar la dicha que arde en los ojos de una desposada. Emilita había cambiado de carácter en un cuarto de hora. Todo lo juguetona y pizpireta que se había mostrado hasta entonces, aparecía ahora grave y espetada.

Cuando llegó á París, tenía veinte años, y fué á instalarse en casa de su anciana tía, Mme. Montansier, mercera de la calle San Roque. La futura actriz era entonces una muchacha menudita, pizpireta, gran conversadora, diabólica de puro insinuante.