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La felicidad que había venido a buscar estaba ya recogida y no le quedaba otro recurso que contemplarla sin rencor y sin envidia, porque la envidia en este caso constituía enorme pecado. ¿Y estaba segura de no caer en él a cada instante o, lo que es peor, estaba segura de no llevar la mano a aquella felicidad?

Me había usted prometido traerlo... ¡Es fastidioso!... Querida Condesa, me va usted a guardar rencor por esta decepción, pero no es mía la culpa. El desagrado de la Condesa Vannier era visible a pesar de sus protestas de urbanidad.

Le hicieron pasar y el criado subió delante por la gran escalera de piedra. Al llegar al piso principal le rogó que aguardase mientras le anunciaba. Pocos momentos después se presentó Amalia. Dirigió una penetrante mirada de rencor a la niña, que el barón tenía de la mano, y dijo dirigiéndose a éste con frialdad y altivez: ¿Qué deseaba usted?

No bien Plácido supo todo esto, el rencor antiguo se convirtió en lástima en su alma generosa, y resolvió ser el campeón de quien tan rudamente le había ofendido, probad su inocencia y librarle de la muerte. En el castillo no había nadie, sino el anciano servidor.

Puse en orden los papeles y me levanté prestamente. ¡Cómo! Hija desnaturalizada, ¿te vas sin darme un beso? ¿Me tienes rencor? respondí apretándole la cabeza con las manos y besándole en la calva; , porque veo que tienes prisa de desembarazarte de . Mi padre dio un golpe en la mesa con mucha furia. Faltas a la verdad a sabiendas... ¡Vete de aquí o te tiro mi Aristóteles a la cabeza!

Pero como Diana, aunque algo mayor que ella, había sido su compañera de infancia, no le guardaba rencor por su falta de corazón, y atribuía sus saetazos a una necesidad de ironía natural en su carácter. Sin embargo, hoy Diana acababa de herir un punto sensible. ¿Por qué le había dicho todo aquello? María Teresa, humildemente, se interrogaba: ¿acaso no podía ser amada por ella misma?

Antonio Pérez no tenía, pues, que vacilar: el interés de Enrique IV, á quien ya servía; el que el rencor le hacía mirar como personal suyo, estaban al lado del Conde ambicioso y decidido.

En su voz había algo que no conocía: su amor por usted, el rencor de tener que abandonar la felicidad que se prometía con usted. ¿De modo que ya no puedes tolerar mi vista? ¿Tanto te horrorizo? La dije estas palabras, y muchas, muchas otras. Ella me respondió únicamente:. ¿De quién es la culpa? Óigame usted: este era el primer reproche que me dirigía después de tantos meses de dolor.

Veo con satisfacción que no me guarda usted rencor le dijo en voz baja dirigiéndole una larga mirada insinuante . Hace usted bien. Eso prueba que tiene usted corazón y talento. Le confieso con toda ingenuidad que me equivoqué de medio a medio en la apreciación de su conducta y su persona.

919 Ahi se enredó la madeja y su enemistá conmigo; se declaró mi enemigo, y, por aquel cumplimiento, ya sólo buscó el momento de hacerme dar un castigo. 920 Yo vía que aquel maldito me miraba con rencor, buscando el caso mejor de poderme echar el pial; y no vive más el lial que lo que quiere el traidor.