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Las dos últimas palabras de Quevedo fueron sombrías. Después de pronunciarlas, inclinó la cabeza sobre el pecho, é instantáneamente la levantó, dejando ver en sus enormes y poderosos ojos negros una expresión de soberbia y de blasfemia tales que aterraron á doña Catalina. ¡Oh! ¡qué soy yo para ti! dijo la joven comprendiendo la mirada de Quevedo. ... ¿qué puedes ser , Catalina?

Confiesa que yo no podría hacer la dicha de un hombre inteligente y bueno como Muñoz. Confiésalo, por favor. No quieres decirlo, pero te pones colorada. , ya que por lealtad amistosa le has ocultado esto que no puedes dejar de pensar. Pero es preciso decir la verdad alguna vez. La verdad es santa.

«¿Y le quieres tanto, que si le vieras en algún peligro le salvarías?». Claro que ... me lo puedes creer. Si le viera en un peligro, le sacaría en bien, aunque me perdiera yo. No decir más que lo que me sale de entre . Si no es verdad esto, que no llegue a la noche con salud.

Al cabo has logrado la dicha de sentarte a la misma mesa que D. Pantaleón Sánchez. Como comprenderás, Adolfo, lo que menos me importa a es D. Pantaleón. Lo que me interesaba, y mucho, era hablar con su hija. No puedes figurarte la impresión que he sentido. Ya sabes que estaba enamorado, ¡pero de verdad!

El desgraciado Froilán cayó sobre los remos de la galera pirata y desapareció entre las olas; más afortunado Gualtero, alcanzó la cubierta del barco enemigo y se unió á los compañeros del barón. Roger quiso seguir á sus dos amigos en defensa de su señor, pero Tristán de Horla se lo impidió á la fuerza. ¿Cómo has de dar ese salto de muerte, muchacho, si apenas puedes sostenerte en pie? le dijo.

Ahora, cuando baje, puedes manifestarle con palabras tiernas tu propósito de no ofenderla más, como lo has hecho saliendo a la calle por las tardes en la hora que tengo dispuesto hables con ella y le recites alguna fábula bonita o poesía instructiva. Yo, señor D. Gabriel y se dirigió a de nuevo , no gusto de tiranizar a la juventud.

¿Cómo puede ser eso? -respondió don Quijote-. ¿Tan de esencia de la historia es saber las cabras que han pasado, por estenso, que si se yerra una del número no puedes seguir adelante con la historia?

¡Oh! Matarás á doña Clara; puedes matarla... pero esa no es la venganza que necesitas... Seguid dijo Dorotea, con el alma helada, por decirlo así . Decidme, ¿de qué otro modo más horrible me puedo vengar? ¿De qué otro modo?

¡No! no creas eso; eres la más perfecta y la más querida de las abuelas... No puedes tomar a mal que yo estudie la cuestión de las solteronas. ¡Ay! en mi tiempo no había semejante cuestión. Todo lo que pedían las mujeres era un buen marido y unos hermosos hijos.

Entre tanto, dejaré advertido que te den una sopita clara..., un caldo siquiera..., porque no puedes estar así... ¡Ea!, adiós, hija mía... »Pero yo no me incorporaba ni alejaba mi cara de la suya. » Adiós me dijo, al fin, estampando un beso, frío y maquinal, en mi frente.