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En el jardín, Diana volvió a dar bromas a Huberto sobre su deserción: Alicia de Blandieres le haría pagar caro semejante proceder. La señorita de Gardanne preveía complacientemente todo el trabajo que tendría en hacerse perdonar por su amiga cuando Huberto la encontrase en sociedad.

Subiendo por él algun trecho se aparece como jardin de amor en un campo de esmeralda la senda del rosal, llamada así por la estraordinaria abundancia de rosas con que allí plugo á la madre naturaleza engalanarse el seno y embalsamarse el aliento: delicioso lecho de flores para la enamorada Diana, que solo los vergeles de la Ruzafa impregnados de azahar hubieran podido con igual derecho disputar al Monte Latmos. ¿Pues qué diremos del pago de Miraflores, y qué de otros muchos cuyos nombres no conforman menos con sus lindezas?

Pero Diana no procedía con el mismo tacto y abrumaba a su prima con alusiones más o menos veladas sobre los obsequios siempre excesivos de Huberto Martholl. Estos temas de conversación eran dolorosos para Juan, y le aumentaban el deseo que tenía de huir de Pervenches. La ocasión que buscaba se presentó en breve. Un día, paseando, habló con entusiasmo a Bertrán, de la Alemania y de la Selva Negra.

La Avenida de Diana debía su nombre a una antigua estatua, cuyo zócalo era lo único que quedaba en pie. Lugar tan retirado y misterioso, era a propósito para paseos y coloquios de enamorados. Pero, sin embargo, fue una grande imprudencia la de Juana, la de elegirlo para su despedida del oficial de cazadores.

Examinando su modo de andar, cuando se es verdaderamente observador y conocedor, es fácil apercibirse que en ellas las proporciones del cuerpo no son armónicas; hay allí, seguramente, algún defecto de arquitectura. En cambio usted debe tener las piernas de Diana. La joven se ruborizó, pero quedó excusada de contestar porque en ese momento llegaban Alicia y Diana.

Después de haberlo colocado delicadamente sobre los frágiles hombros, Juan retrocedió, diciendo con admiración: ¡Parece usted una reina, María Teresa! Ella se sonrió, y le tendió las manos: Pero muy pobre reina, pues no hacerme obedecer. Juan la acompañó hasta el coche, donde se hallaban ya la señora Aubry y Diana.

Sentía una secreta vanidad en verse preferida a sus amigas por aquel galante joven, que Diana y Alicia de Blandieres se habían disputado. Al ver el desconcierto de las dos jóvenes, cada vez que Huberto las dejaba para reunirse con ella, una sonrisa maliciosa aparecía en sus labios. La impresión que le hicieron las palabras de Juan se había disipado pronto.

Pero no, Diana se equivocaba; Huberto, desde la noche que les fue presentado en el Casino, pareció conquistado; María Teresa recordaba que la había mirado con insistencia e invitado para todos los valses.

Pues no es así interrumpió con viveza Diana, yo tengo mi opinión personal; he leído, de Platel, El Valle de los Lirios y La Aventura de la señora Tarbes. Entonces, si lo has leído, no has comprendido, y viene a ser lo mismo que yo te decía. En cuanto a , soy de la opinión de los que, sin haberlo leído, encuentran que tiene talento. Diana estaba mortificada, pero Mabel d'Ornay triunfaba.

Con tanto descuido parece haber versificado Lope este pasaje de la Diana, que no siempre resulta claro el sentido: "a me llaman Abindarráez el mozo, a diferencia de un tío mío, hermano de mi padre, que tiene el mesmo apellido." Diana, 308 a.