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El suelo y las rocas oscilaban a su alrededor; su cuerpo, aligerado, iba a desprenderse, sin duda, de la tierra. De pronto, un fuego, una inflamada saeta, venida de lo alto, se le entró por el pecho, sumergiéndole durante algunos segundos en un estado delicioso, gozado sólo con el alma. Luego, todo pasó.

Se ven á lo lejos las altas colinas á cuyo pié demora Palma, en un delicioso valle á orillas del Guadalquivir y del Jenil que se le reune allí. Tal parece como si el Jenil le trajese á esa poblacion las seducciones y los encantos de la vegetacion de Granada.

Al oir estas palabras Jenny experimentó una sensación de alivio delicioso y un rayo de esperanza devolvió la claridad á su cerebro. ¿No habría sido juguete de una ilusión? ¿Por qué aquel hombre, que se llamaba Herbert Carlston, había de ser Jacobo de Freneuse? ¿No podía existir una semejanza extraordinaria y terrible?

Llama la vieja á un postigo: abren, y lleva á Candido por una escalera secreta á un gabinete dorado, donde le dexa sobre un canapé de terciopelo, cierra la puerta, y se marcha. A Candido se le figuraba que soñaba, teniendo su vida entera por un sueño funesto, y el momento actual por un sueño delicioso.

Hice un signo afirmativo, pues el miedo, que hacía pasar por todo mi cuerpo un calofrío delicioso, me había quitado el uso de la palabra. ¡Que Dios te lo pague, buena e inteligente niña! exclamó estrechándome contra su pecho. Y mi respiración se cortó en una deliciosa angustia. Dejé caer mi cabeza sobre su hombro y cerré los ojos.

Sol, voy ahora a su casa a pedirle permiso a doña Andrea. ¿Te parece, Lucía que invitemos a Adela y a Pedro Real? ¡Upa, Ana, upa! Allá tengo unos inditos en el pueblo que te van a dar asunto para un cuadro delicioso. ¿Vamos, doctor? acarició Juan una mano de Ana, besó la de Lucía, con un beso que la regañaba dulcemente y salió al corredor, hablando como muy contento, con el médico.

Aixa, entonces, tomándole los labios con los suyos, le reventaba contra los dientes un beso delicioso y tibio como un dátil; y, cada vez, la sorprendente caricia le llenaba de sensualidad y de luz todo el ser.

Con ademán febril le arrancó las disciplinas de la mano izquierda, se las puso en la derecha, le echó nuevamente los brazos al cuello, y, dándole un beso, le dijo muy quedo al oído en tono jovial: Has de dar fuerte, Genovita, porque así lo he prometido a Dios. Un violento temblor se apoderó de su cuerpo al decir estas palabras; pero un temblor delicioso que le penetró hasta los huesos.

Pero no, era ella; la misma; ¡como si no hubiesen transcurrido ocho años! ¡Leonora! ¡Usted aquí!... Ella sonrió como si aguardara el encuentro. Le he visto y le he oído. Muy bien, Rafael: acabo de pasar un rato delicioso. Y estrechando su mano con un franco apretón de amistad, entró en el carruaje, con estrépito de sedas y finos lienzos. Vamos, ¿no sube usted? preguntó sonriendo.

¡Delicioso! decía Currita más y más conmovida, porque la cabra se escapaba en aquel momento.