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La vieja se plantó en el cobertizo con los brazos en jarras, echando adelante el flácido vientre abultado por los zagalejos, fijando su pupila única, inflamada por la cólera, en aquel intruso que venía a provocar a un hombre de bien en medio de su trabajo. Miraba a Jaime con la fiera acometividad de la mujer que, segura del respeto que infunde su sexo, es más audaz e impetuosa que el hombre.

Así es la lengua entre nuestros miembros que contamina todo el cuerpo, e inflama el curso de nuestro naturaleza, y es inflamada del infierno. 7 Porque toda naturaleza de bestias fieras, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma, y es domada por el ser humano; 8 pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, y está llena de veneno mortal.

La tía María, sin haber leído a Brown, estaba por los caldos sustanciosos y los confortantes tónicos, porque decía que estaba muy débil y muy extenuado. Fray Gabriel, sin haber oído el nombre de Broussais, quería refrescos y temperantes, porque, en su opinión, había fiebre cerebral, la sangre estaba inflamada y la piel ardía.

Suelto el cabello en desatados rizos, que en caprichosas ondas sobre tu espalda mórbida se tienden, velando y no cubriendo sus hechizos; entornados los ojos, que se encienden absorbiendo el placer con sus miradas, tus hermosas mejillas sonrosadas por el calor intenso de la pasion ardiente; entreabierto el labio sonriente, y en lánguido abandono reclinada, altiva recordando con la mente inflamada, los pasados momentos de ventura, la idea de otros mil acariciando que guarda para lo venidero... ¡Qué hermosa estás así! ¡Qué feliz eres! ¡Cuántos tesoros guardas codiciosa! ¡Qué ignorados placeres promete tu mirada cariñosa! ¡Oh! pero... escucha y : ¿ya no te acuerdas de aquella niña hermosa é inocente, encanto de mi loca fantasía? ¿Acaso no recuerdas su tibia y pura frente?... Toca la tuya... ¿No es aquella?... ¿Abrasa, y no es ya trasparente como aquella?... Mas ¿qué importa si es bella? ¡Sigue escuchando, sigue!... ¿No recuerdas sus ojos apagados, grandes, suaves, serenos... No me mires... Los tuyos, entornados, de brillo y pasion llenos, son más hermosos... pero ya han perdido la tranquila mirada que lucia en la niña inocente que amé un dia. ¿Has dado ya al olvido aquellos labios rojos y brillantes, frescos y húmedos siempre, como la rosa que mojó el rocío?... ¿Por qué tocas los tuyos, amor mio? ¿Están secos? ¿Qué importa?... ¿Queman tánto?... No te aflijas por eso.

Desnudos, sin otra concesión a la decencia que un blanco mandil, trabajaban cerca de las abiertas rejas, y aun así, su piel inflamada parecía liquidarse con la transpiración, y el sudor caía a gotas sobre la pasta, sin duda para que, cumpliéndose a medias la maldición bíblica, los parroquianos, ya que no con el sudor propio, se comieran el pan empapado en el ajeno.

Si la persona, aunque sea virtuosa, es crédula, de imaginacion fuerte, muy melancólica, enferma, ya sea de todo el cuerpo, ya de la cabeza, pensativa, metida en , y nos dice que ha tenido visiones y apariciones, es menester suspender el juicio hasta exâminarlas, porque tales personas naturalmente son visionarias: si lo que dicen de su vision es inverosimil, extravagante, erroneo, de ningun momento, y contradictorio, se han de tener por naturales, de acaloramiento de la cabeza, y falsas: si la doctrina que encierran es opuesta á los dogmas, ó disciplina de la Iglesia, ó en ellas se encierra interes, daño del próximo, ú qualesquiera fines particulares distintos de la gloria de Dios, y instruccion de los Fieles, se han de mirar como entusiasmos de una fantasía inflamada.

Según el médico, la quedada de Pepazos en el monte había corrido por el lugar hacia las diez de la noche, con la rapidez de un reguero de pólvora inflamada, y con la misma brevedad se examinó el suceso, fue estimada su importancia y se acordó y dispuso el único socorro que podía prestársele y se le prestaría tan pronto como Dios mandara a la tierra una chispa de luz con que guiarse para emprender el camino un poco menos que a tientas.

Tenía la mejilla roja y un poco inflamada. Cuando se acercó a la tertulia de sus amigos, éstos le acogieron con las alegres chanzas de siempre, pero al verle tan descompuesto y al observar que se dirigía a un joven capitán, único militar de la reunión, y a otro amigo que tenía fama de tirador de armas y duelista, entendieron de lo que se trataba y se callaron con respeto.

El suelo y las rocas oscilaban a su alrededor; su cuerpo, aligerado, iba a desprenderse, sin duda, de la tierra. De pronto, un fuego, una inflamada saeta, venida de lo alto, se le entró por el pecho, sumergiéndole durante algunos segundos en un estado delicioso, gozado sólo con el alma. Luego, todo pasó.

Los diálogos de Mefistófeles con Marta, que así se llama esta mujer, tienen gran fuerza cómica: ora cuando Mefistófeles trae a Marta la nueva de la muerte de su marido, ora cuando la requiebra y enamora. En el jardín de Marta se ven y se hablan Fausto y Margarita. Margarita queda ya cautiva, herida en el corazón, inflamada por un afecto irresistible e inextinguible.