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Los que ven de fuera los cristales, los ven tersos y brillantes; los que ven sólo los rostros, los ven alegres y serenos...

Parecía que me había rejuvenecido; y es que cuando uno se figura que vuelven aquellos serenos días de la niñez, siente algo que hace revivir las ilusiones perdidas, como sienten nueva vida las flores marchitas al recibir de nuevo el rocío de la mañana. La misa, por lo demás, nada tuvo de particular para .

Con aquel rútilo gozo de la noche alumbró la muchacha la memoria de los serenos días que disfrutó en aquella noble casa, hasta la infausta hora de la muerte del hidalgo. Siempre que el recuerdo de aquella muerte le acudía, sentía en torno suyo el sordo rumor de unas alas hostiles y el graznido agorero de un ave siniestra.

Y es porque va usted ligada á esta desgracia, porque es usted la causa de ella, porque en el fondo de este cáliz de amargura veo brillar sus ojos altivos y serenos.

Sus días se deslizaban serenos, risueños, libando voluptuosamente la corta cantidad de miel que sólo proporciona este valle de lágrimas a los solterones ricos y sanos. Desgraciadamente la impetuosidad absurda de su última querida había venido a turbar el curso sereno de estos días. Hacía ya algún tiempo que el viejo seductor comprendiera que le convenía cortar estas relaciones enfadosas.

Jamás recordaba el millonario haber notado en su compañera un momento de abandono, un arrebato de pasión. Cuando él se doblegaba bajo el estremecimiento de la carne, encontraba los ojos de ella impasibles y serenos, como si estuviera cumpliendo un deber penoso. Los espasmos de la materia no turbaban su voluntad.

Porque entonces no había serenos, ni vigilantes nocturnos, ni nada que los reemplazase, á excepción de las rondas de los alcaldes, que en atención á lo crudo y lluvioso de la noche, no se encontraban en todo Madrid para un remedio.

Manifesté temores de que enterase a D.ª Tula de nuestra conversación, pero Gloria me tranquilizó afirmando que en Sevilla nadie hacía traición a dos enamorados. Los serenos menos que ningún otro se fijaban en estos coloquios a la reja, que estaban viendo todas las noches. En las criadas también tenía confianza.

Martín salió de casa de su cuñado silbando alegremente. Al llegar cerca de su posada, dos serenos que parecían estar espiándole se le acercaron y le mandaron callar de mala manera. ¡Hombre! ¿No se puede silbar? preguntó Martín. No, señor. Bueno. No silbaré. Y si replica usted, va usted a la cárcel. No replico. ¡Hala! ¡Hala! A la cárcel.

Alegre ó melancólico, me dejaba así fascinar por la corriente, símbolo de ese curso que nos arrastra á todos hacia la muerte, y luego, sustrayéndome con pena á la atracción del agua, elevaba mi mirada á los frondosos árboles, en los que se estremecía la vida, y hacia los ricos prados y serenos montes inundados de sol. #El paseo#