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Murió cuando no le quedaba nada que gastar; cuando los salones de su casa no tenían un mueble; cuando su cuñado Dupont se negó de veras a hacerle nuevos préstamos, ofreciéndole en su casa todo lo que quisiera, cuanto vino desease, pero sin la menor cantidad de dinero.

El talabartero, vestido como un señor, buen terno de lanilla clara y sedoso fieltro blanco, se ofrecía a las mujeres para enviar noticias, aunque estaba furioso contra la grosería de su ilustre cuñado. ¡Ni siquiera le había ofrecido un asiento en el coche de la cuadrilla para llevarlo a la plaza!

Apenas tuvo tiempo de terminar estas palabras, cuando Fabrice, agarrándolo por el cuello, casi hasta ahogarlo: ¡Miserable! le dijo , ¡estás ebrio!... ¡Vete! ¡Vete de mi casa! Y lo empujó, arrojándolo fuera del taller. ¡Pobre tonto! murmuró Calvat haciendo una repugnante mueca. ¡Te he dicho que te vayas! añadió Jacques marchando hacia su cuñado.

Querían llevarme con ellos, hacerme compartir lo poco de felicidad que les quedaba todavía: me crearía un interior en la casa de mi cuñado; pero rechacé su ofrecimiento con fiera obstinación.

No habrá nadie hoy en el castillo, ni un solo invitado; mucho insistió sobre esto, y recuerdo su última frase, cuando estaba ahí en el umbral de la puerta: «No seremos más que cinco, vos, el señor Juan, mi hermana, mi cuñado y yo,» y agregó riendo: «¡Una verdadera comida de familiaDiciendo esto salió corriendo. ¡Una verdadera comida de familia! ¿Sabes lo que yo creo, Juan, lo sabes?

Pues bien, señores, pensamos todos que podrían ustedes ir apeándose el tratamiento. Los futuros esposos bajaron la cabeza sonriendo. La alegría de los comensales se expresaba ruidosamente, se charlaba, se bromeaba. Pablito asaba a preguntas a su próximo cuñado, acerca de las carreras de caballos, skating-ring, y otros asuntos más o menos transcendentales, relacionados con el sport.

Hoy hace veinticuatro años que comulgué por vez primera. ¡Cómo se aleja la existencia! Sólo es un sueño la vida, ¡Dios mío! Dadme el sueño tan doloroso como queráis, pero concededme un buen despertar. 11 de septiembre. Han venido a pasar el día con nosotros mi cuñado y la señorita de Lamartine, su hermana.

Mi cuñado. ¿Y cuándo he conocido yo a tu cuñado, ni qué me importa?... Estamos bien. ¿Y a qué venía aquí ese señor... Feijoo, dices? Me parece que es amigo de Villalonga. Ha venido a visitarme, y esta es la tercera vez... Es un señor muy bueno y muy fino. ¿Qué te crees, que viene a hacerme el amor? ¡Qué tontito! Pero en resumidas cuentas, si te parece que no debo recibirle, no lo haré más.

Me encuentro ya en la deliciosa morada de mi cuñado el abate Lamartine, en Montculot, en medio de bosques y de fuentes, en una especie de desierto que parece una abadía. Debiera estar aquí en paz, y sin embargo no es así; los cuidados de madre de familia me siguen por todas partes, incluso aquí mismo. ¡Ah! ¡cuántos reproches debo echarme en cara!

Aquel pariente de su cuñado prometía ayudarle, y él, con los restos de su fortuna, podía intentar en América algo fructuoso y de rápido éxito. Fernando insistía especialmente en la rapidez de su viaje. Asunto de un año, o dos cuando más; y aún así, podría ir y volver algunas veces.