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Déjate de melancolías y de novelas; abomina de Lamartine y de Zorrilla, y recuerda que tu poeta favorito fué rico porque se casó con una inglesa millonaria.

Supongo dije por último, dirigiéndome a mi Tomasito, que usted no querrá abarcar honra y provecho: esas estupendas rarezas que por acá nos vienen contando los viajeros de los Walter Scott, los Casimir Delavigne, los Lamartine, los Scribe y los Víctor Hugo, de los cuales el que menos tiene, amén de su correspondiente gloria, su palacio donde se da la vida de un príncipe, son cosas de por allá y extravagancias que sólo suceden en Francia y en Inglaterra; verdad es que no tenemos tampoco hombres de aquel temple, pero si los hubiere sucedería probablemente lo mismo.

Ocho días he pasado en Lyón para poder ver alguna vez más a mi Alfonso y con el fin de acostumbrarme a estar separada de él. El abate Lamartine, que habita en su propiedad próxima a Dijón, nos cede su casita próxima a la calle de Ursulinas en Mâcón, donde pasaremos el invierno. Esta casa está junto al palacio de la familia que habitan mi hermano político M. de Lamartine y sus dos hermanas.

Los epígrafes que preceden cada capítulo en el Facundo, podrían ser también indicio de sus lecturas: Humboldt y Lamartine alternan con citas de Shakespeare en francés... Tal cosa muestra lo abigarrado de su cultura; pero quizá por eso mismo toda esa varia literatura le sirvió de abono para que la planta indígena del pensamiento genial pudiera crecer más lozana.

Hoy hace veinticuatro años que comulgué por vez primera. ¡Cómo se aleja la existencia! Sólo es un sueño la vida, ¡Dios mío! Dadme el sueño tan doloroso como queráis, pero concededme un buen despertar. 11 de septiembre. Han venido a pasar el día con nosotros mi cuñado y la señorita de Lamartine, su hermana.

Es bien conocida la poética tradicion que cuenta que, el primer rayo del sol naciente, que heria la estátua de Mennon, la hacia producir un sonido armónico. Lamartine se ha servido alguna vez de esta comparacion, pero sin desenvolver la imágen. Muera yo así en mi patria redimida, Dejándola con gloria y libertad! Estos versos se publicaron en 1838.

Recordaría esos grabados encantadores en donde Lamartine, de cara al «empíreo», increpa al cielo por su ventura perdida; aquellas imágenes de Elvira, de pie en la barca, bajo la luna que entumece los corazones y los lagos.... Pero estamos seguros de que seduce y seducirá esta obra a cuantos nacimos en países románticos.

M. de Lamartine era el que debía posesionarse de la inmensa fortuna de mi familia: estaba enamorado de la señorita de Saint-Huruge, pero no siendo ésta suficientemente rica, el matrimonio no se llevó a cabo, y él ha preferido el celibato a casarse con otra mujer.

Me encuentro ya en la deliciosa morada de mi cuñado el abate Lamartine, en Montculot, en medio de bosques y de fuentes, en una especie de desierto que parece una abadía. Debiera estar aquí en paz, y sin embargo no es así; los cuidados de madre de familia me siguen por todas partes, incluso aquí mismo. ¡Ah! ¡cuántos reproches debo echarme en cara!

Inmediatamente que se vió en su casa, se sienta, deshace el nudo que tenia la esquina de un pañuelo, saca cuatro napoleones que habia envueltos allí, y se los mete en el bolsillo exclamando: mucha más falta me hacen á que al señor Alfonso de Lamartine. Con estos veinte francos, haré un vestido nuevo á mi hijo Vicente.