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Actualizado: 21 de junio de 2025
Las bocas de las tiendas, abiertas entre tanto colgajo, dejaban ver el interior de ellas tan abigarrado como la parte externa, los horteras de bruces en el mostrador, o vareando telas, o charlando. Algunos braceaban, como si nadasen en un mar de pañuelos. El sentimiento pintoresco de aquellos tenderos se revela en todo.
¡A ver!... ¡esa gente!... ¡Si no quieren churrasquear! gritó Melchor desde la puerta del jardín y el grupo abigarrado y cadencioso se dirigió hacia el monte discutiendo a voces las condiciones de los caballos, que los muchachos paseaban a morral: ¡Le tomo! amigo, dos paradas de a peso al «rosillo» contra el «malacara»... Doy tres a dos al «gateao», contra el que raye.
Aquella es el tabernáculo, es el arca santa donde se ha puesto todo el esmero y cuidado. Andemos despacio no nos escurramos sobre las lucientes tablas del pavimiento recién frotadas con hojas de coco, impregnadas de aceite. El conjunto que presenta la sala es de lo más abigarrado y churrigueresco que imaginarse puede.
¡Cuán infinito desahogo no era el suyo, lejos del empolvado camino, de las esparramadas cabañas, de las amarillas zanjas, del clamoreo de locomotoras impacientes, del abigarrado lujo de los aparadores, del color chillón de la pintura y de los vidrios de colores y del ligero barniz a que el barbarismo se adapta en tales localidades!
Ese muro es sagrado; todos los días acuden a él mujeres árabes a colgarle ex votos, jirones de jaiques y de otras prendas, largas trenzas de cabellos rubios sujetos con hilillo de plata, trozos de albornoz... Al tibio soplo de la noche, y bajo un pálido rayo de luna vese ondular ese abigarrado pendón de la estulticia humana. Consignaré otro recuerdo de Argelia, y regresaré en seguida al molino...
Estaba hecho una tempestad, en medio de un grupo heterogéneo y abigarrado, aunque se componía exclusivamente de marineros. La verdad es que, siendo Tremontorio el único que se hallaba en carácter allí, y, como si dijéramos, en su propia casa, parecía el intruso y el pegadizo entre tantos degenerados.
Este drama abigarrado estad seguro que no será olvidado, con su fantasma perseguido siempre por una muchedumbre que no puede atraparlo, en un círculo que gira siempre sobre sí mismo y vuelve sin cesar al mismo punto; ese drama en el cual forman el alma de la intriga mucha locura y todavía más pecado y horror!....
Hasta las doce o la una permanecía en la sala común, ante una de las innumerables mesitas, en medio de un mar abigarrado de rostros, de voces, de trajes, la espalda casi vuelta a la escena, donde aparecían de vez en cuando cantores, cantatrices, juglares, acróbatas.
Espectáculo, bien curioso, por cierto, sería para los que hoy vivimos, el que diariamente ofrecían las Gradas de la Catedral y la plaza del Salvador, sin contar otras calles y sitios concurridos de la ciudad, donde se pregonaban las subastas y almonedas judiciales, como las voluntarias, las cuales tenían lugar ante numeroso y abigarrado conjunto de personas de todas clases sociales, que allí confundidas esperaban la llegada del alguacil y del escribano, encargados de la venta de infinitos heterogéneos objetos, dignos algunos del Jueves ó del Boquete, y otros aplicables al atavio de las personas ó de las casas más calificadas.
Conocemos la vida de aquel siglo, por los viajes de los extranjeros, que solían exagerar o mentir; por los documentos de los archivos, que hablan con seca y desabrida elocuencia; por el teatro, en que la imaginación es señora; por la novela picaresca, que sólo resucita tipos de una clase social; por los escritores, que siempre con sentido especialmente devoto, se complacían en censurar las costumbres, describiéndolas de paso; pero los pinceles tercos en esquivar toda representación de cosa vulgar y profana, nos dejaron poquísimos datos referentes a la manera de vivir, los trabajos, oficios, diversiones, casas, habitaciones, muebles y ropas de aquellos caballeros y soldados, clérigos y estudiantes, mercaderes y mendigos, damas y aventureras, cómicas y beatas, dueñas y criadas, cuyo abigarrado conjunto conocemos sólo moralmente, gracias a Cervantes y Quevedo, Tirso y Lope, Zabaleta y Salas Barbadillo, porque los pintores limitados a la representación convencional de lo sagrado despreciaban lo profano.
Palabra del Dia
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