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Actualizado: 17 de mayo de 2025


El sol, apareciendo sobre la cumbre de una montañuela cercana, disipaba la bruma matutina, que descendía al valle en jirones de encaje gris, y, brillando en un espacio azul clarísimo, alumbraba con luz naciente, fresca y suave.

Los tibios rayos del sol, que ya iban haciendo jirones en la niebla, comenzaron a reverberar en la limpia superficie del agua, sobre la cual caía con rumor unísono y constante el chorrito del surtidor.

»Ese final, en que queda Melchor, afirmado en la tranquera, con su simbólico ramito de fresco cedrón, viendo partir a sus amigos, que se llevan jirones de su psicología, es de una naturalidad tal, que recuerda a los grandes maestros del arte literario cuando con los más sencillos elementos realizan verdaderas creaciones.

No hacía aún tres meses que recorría el mismo camino, bajo la influencia de mis ensueños de felicidad, y con la embriaguez de mis hipótesis alegres a cerca del porvenir, que cría tan bello!... mientras que entonces, me pareció el camino cubierto con jirones de mi dicha.

Si pasa desde el fondo de las simas á la arista de los precipicios y en todas las variadas formas que se ofrecen á la vista, conserva el monte su inmaculada blancura. Si ilumina el sol la superficie de la nieve, se ven brillar innumerables diamantes; si el cielo aparece bajo y ceniciento, los elementos parece que se confunden. Jirones de nubes y montecillos nevados no se diferencian unos de otros.

En invierno, la playa de las Ánimas es triste; la bruma blanquecina cubre el mar; jirones de niebla se levantan por el Izarra, y el aire y el agua se confunden. Ni una línea se destaca claramente; cielo y agua son la misma cosa: un caos sin forma y sin color.

Riendo como un desvergonzado bruto, dijo a su hermana: «Abur, chica». Al punto echó Isidora de menos sus diamantes de tornillo, que aunque falsos, valían cuatro duros. ¡Cuántas lágrimas derramó aquel día! Mariano estuvo una semana sin parecer por la casa de Relimpio. Una noche, cuando menos se le esperaba, apareció al fin avergonzado, compungido, la ropa hecha jirones, imagen del hijo pródigo.

Eran ángeles grandes, ángeles blancos que marchaban sobre un camino azul por un paisaje de oro. Uno llevaba en sus manos una arquilla, otro una copa, otro un lienzo. Los reflejos del sol en sus cimas tenían el brillo de luengas cabelleras rubias; los sueltos jirones de vapor eran ondulaciones de albas túnicas removidas por el solemne paso.

Eran largos colgantes de intenso azul en los que flotaban enjambres de estrellas. Al poco rato, una brisa fresca barría los últimos jirones, que se amontonaron más allá de la popa, río abajo, formando una barrera blanca. Quedaron completamente al descubierto, con la limpieza de un cuadro recién lavado, la superficie del estuario y la costa negra con sus resplandores de faros y de pueblos.

Pero antes abrió la ventana de su cuarto porque se hallaba harto sofocada. Miró al valle. ¡Qué hermoso estaba, bañado por la dulce claridad de la luna! La presa del molino como una cinta retorcida de plata corría hacia el río entre dos filas de avellanos. Jirones de tenue niebla colgaban de la punta de los altos olmos y abedules.

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