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Don Mariano, que no había cruzado la palabra con su hija, abrió el paraguas apresuradamente para taparla y la estrechó largo rato contra su corazón, murmurándole en el oído: ¡Hija mía, qué trago tan amargo me haces pasar!... Embózate bien... ¿Tienes frío? ¡Oh, me las pagará ese bruto!... Iré a Madrid a ver al ministro de la Guerra y conseguiré mandarlo a un castillo. ¿Te entra el agua por algún sitio, corazón mío? ¿Quieres mi impermeable?... ¡Mandar traer atada a mi hija!... ¡Ah, grandísimo puerco! ¿De qué cuadra te habrá sacado este gobierno de sainete?... Si te pones enferma, le mato irremisiblemente... Pero a ti, mentecata, ¿quién te ha metido en estos líos de conspiraciones sin mi permiso?... ¡Si no te hubiese dejado arrastrar tanto los zapatos por las iglesias, a estas horas no estaría pasando tales amarguras! ¿Qué tienes que ver con los carlistas ni con los republicanos?... Una niña bien educada se está en su casa quietecita, cuidando de las camisas de su padre y haciendo calceta..., ¿estamos?..., y haciendo calceta... ¡Canalla! ¡Miserable! ¡Mandar traer atada a mi hija!... ¡Si le veo no respondo de no echarle las manos al cuello!...

Menos me repugna bruto y celoso que enamorado. Mi tía Encamación dice que es el papamoscas de Burgos injertado en el bobo de Coria. No tiene más que la figura, que es medianilla, aunque ha engordado demasiado. ¿Has visto aquella cara apelmazada, que parece hecha en barro a puñetazos? JOAQUÍN. Pues pocos habrá de más pretensiones.

era como el canario que va y se baña, y luego se sacude con arte y maña. Leonorcica, para colmo de venturanza, era casada con un honradísimo pulpero español, más bruto que el que asó la manteca, y a la vez más manso que todos los carneros juntos de la cristiandad y morería.

El bruto, como sucede siempre, podía más que el filósofo. Buscó a tientas la salida, y apoyándose en las paredes llegó hasta la escalera. Al bajar el primer peldaño, sus botas rechinaron en el silencio de la casa. Sentose y se despojó de ellas. Luego se deslizó hasta abajo sin hacer el menor ruido.

El criado de Esteven era muy bruto, y se permitía ofrecerle puntapiés cada vez que le veía; luego, como misia Gregoria estaba con frecuencia en la pieza que da al recibimiento, no era posible hablar a Susana, sin que ella lo pispara.

El tal Mayorazgo, que así se le llama, es hombre algo bruto, pero muy pagado de que le mimen y le soben. Al despedirse, dele usted un cigarro; no de los que nos ha repartido en la mesa, sino de los que lleva usted en la petaca para su uso particular.

Tampoco sabemos á qué sirven muchos otros seres, y no obstante, ni por eso negamos su existencia, ni ponemos en duda su utilidad. ¿Quién nos ha dicho que la fuerza vital que reside en el bruto no haya de tener ningun objeto en destruyéndose la organizacion que ella animaba?

Bien dijo el poeta Southey, que los primeros veinte años de la vida son los que tienen más poder en el carácter del hombre. Cada ser humano lleva en un hombre ideal, lo mismo que cada trozo de mármol contiene en bruto una estatua tan bella como la que el griego Praxiteles hizo del dios Apolo. La educación empieza con la vida, y no acaba sino con la muerte.

Pero aquel hombre desempeñaba aún otras altas funciones igualmente encaminadas á la propagación de las luces. ¿Qué sería del pensamiento humano si aquel bruto no tuviera la misión de arreglar la tinta de imprimir, haciéndola más espesa ó más clara según la intensidad que se quiera dar á la impresión?

El pobre hijo de Melchor, con su carácter apocado y dulce y su afán de cariño, era el paria de la casa. El doctor, viéndole siempre callado, contemplando a su madre con estúpida adoración, había declarado que el niño era tan bruto como su padre, y cuando más, podría servir para el comercio.