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Actualizado: 15 de mayo de 2025


Por primera vez miró Mina con atención al célebre artista de la tragedia silenciosa. Estaba segura de haberle visto en films de los que sólo guardaba un vago recuerdo; pero ahora «El rey de las praderas» ofrecía para ella el encanto de una novedad. Le siguió con palpitaciones de verdadero interés mientras se batía, solo y á puñetazos, con un grupo de bandidos.

Perdió bruscamente la afición a aquellas furiosas broncas oratorias por un más o un menos en cualquier punto de Filosofía o de Historia; empezó a creer ridículos los sofocones que se había tomado por probar que en las civilizaciones de Oriente el poder de las castas sacerdotales era un poquito más ilimitado que el de los reyes, contra la opinión de Gustavito Tellería, el cual sostenía, dando puñetazos sobre la mesa, que lo era un poquitín menos.

Eran por lo demás viejas escopetas que de seguro habrían herido al primero que hubiese querido servirse de ellas. ¡Bueno! decía un valenton; si quieren que nos alzemos, ¡adelante! Pero el valenton fué sacudido á golpes y á puñetazos, pellizcado por las mujeres como si fuese el propietario de las escopetas. En la Hermita la cosa ya fué más grave si bien metió menos ruido y eso que hubo tiros.

Don Paco no pudo sufrir más: fue corriendo a la puerta de la casilla, por fortuna vieja y desvencijada, y descargando sobre ella con todos sus bríos un diluvio de patadas, de puñetazos y garrotazos, consiguió en pocos segundos arrancarla de los goznes y derribarla por el suelo con estrepitoso sacudimiento, que hizo retemblar las paredes.

Tomó un florete y se tiró a fondo unas cuantas veces. En seguida aplicó unas docenas de puñetazos rectos sobre la almohadilla de un dinamómetro. Hecho lo cual creyó llegado el instante de meterse en el agua. Dentro de ella se hallaba aún cuando apareció en la habitación, sin previo anuncio, Manolo Dávalos.

Al juntarse en la sala de ventas, repleta de gentío, examinaban las joyas, fijando de antemano lo que pensaban ofrecer. Pero él, pronto á exacerbarse ante la contradicción, iba siempre más lejos, mirando á sus contendientes al soltar las cifras lo mismo que si les enviase puñetazos.

¡Eso, puñales, eso precisamente, eso iba yo á decir,! exclamó el fraile-artillero pegando puñetazos en los brazos de su silla de caña; ¡eso, el puente del Capricho y los hombres de ciencia; eso iba yo á decir, P. Salví, puñales! Ben Zayb se quedó callado, medio sonriendo, bien sea por respeto ó porque realmente no supiese qué replicar, y sin embargo, ¡él era la única cabeza pensante en Filipinas!

Más de una vez, en las frecuentes reyertas entre cadetes y paisanos que estallaban generalmente en los bailes de candil, había tirado al suelo tres o cuatro mozos de tres o cuatro puñetazos, lo cual llamaba tanto más la atención del vulgo cuanto que nada tenía de corpulento y atlético en su figura.

Lo que es yo, gusto tan poco de dichas corridas, que nunca voy á presenciarlas, como no he ido en los Estados Unidos á divertirme en ver á dos ciudadanos romperse á puñetazos el esternón y las quijadas para deleite de los cultos espectadores; mas no por eso diré que mientras entre los yankees se estilen tales juegos, no será posible que se civilicen y seguirán siendo bárbaros y feroces. El Sr.

Su imaginación y su temperamento nervioso estaban contrapesados por la fuerza de sus músculos. El amable y delicado ángel de poesía sabía dar excelentes puñetazos. Más tarde dirá de él una buena señora: «Era un muchacho bonitoCuando entra a West Point hace notar en él un colega, Mr.

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