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»Hace unos seis meses, mi madre me presentó en una casa donde debía encontrar una señorita llena de cualidades y limpia de todo defecto. Encontré, en efecto, una encantadora joven, de una elegancia perfecta, amable, graciosa, alegre, y, en una palabra, enteramente seductora.

¿Qué generosidad era aquella?... El alemán insistió en su negativa. La boca enorme se dilataba con una sonrisa amable; sus manazas se posaron en los hombros de don Marcelo.

Pues allí bailaban los chisperos y manolas pintados por Goya; por allí paseaban el gran pintor y las duquesitas hermosas que se hacían retratar desnudas. Aquellos sotillos habían presenciado el período más amable y pastoril de nuestra historia. Piensa, Feli añadía el joven , que por real y medio vivimos como unos señores en plena campiña, y además, el pago es diario: una verdadera comodidad.

Aunque sonreí al leer el billete amoroso, no dejó de causarme sensación dulce y amable, que muy pronto hizo sitio á otra melancólica, al recordar que me estaban prohibidas para siempre tales aventuras.

Pero la generala no se avenía tan bien con el sesgo tranquilo y prosaico que tomaban sus amores; la seguridad, la exactitud de cronómetro de las citas, el amable sosiego que en ellas disfrutaba, la descorazonaron, comenzaron a aburrirla, y en sus adentros le pesaba de que Carmen se hubiese prestado tan gustosa a servirles.

Es el placer de conversar con un hombre amable que gusta de una y que discretamente lo dice. ¿Realmente? Entonces ¿cualquiera puede disfrutar de sus encantos, de su sonrisa? ¿Y es con su consentimiento como goza de todas estas cosas que ustedes prodigan? ¿Del mismo modo le dan el derecho de manifestar lo que siente?

De vuelta en casa, hallé sobre mi mesa de luz la amable esquela de un estanciero inglés que me invitaba a otra comida, para la próxima semana.

Era de trato muy amable y cultísimo, de conversación insustancial y amena, capaz de hacer sobre cualquier asunto, por extraño que fuese a su entender oficinesco, una observación paradójica. Había pasado toda su vida al retortero de los hombres políticos, y tenía conocimientos prolijos de la historia contemporánea, que en sus labios componíase de un sin fin de anécdotas personales.

Al apearme del coche, fui recibido por la Vizcondesa y su hija, que me dispensaron la más amable acogida. Esperaban al general, que continuaba en Bigorre; pero ¡cuál fue mi sorpresa cuando, al entrar en el salón, vi a Enrique de Castelnau reclinado en un canapé y leyendo un periódico!...

Ha de saber usted que la monjita por quien pena es prima mía. ¿De veras? pregunté estupefacto y con poca galantería. No muy próxima, pero lo bastante para que pueda llamarla así. Su madre es prima segunda de papá. Si algo pudiera faltar para que aquella hermosa y amable joven me fuera del todo simpática, fue este descubrimiento.