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Actualizado: 3 de junio de 2025


Al apearme del coche, fui recibido por la Vizcondesa y su hija, que me dispensaron la más amable acogida. Esperaban al general, que continuaba en Bigorre; pero ¡cuál fue mi sorpresa cuando, al entrar en el salón, vi a Enrique de Castelnau reclinado en un canapé y leyendo un periódico!...

Así lo ha ordenado mi yerno, que, desde hace una semana, nos anuncia su llegada diariamente. Así, pues, ¿hace una semana que vive aquí el señor de Castelnau? pregunté a la Vizcondesa, la cual, adivinando la idea que me preocupaba, se apresuró a contestarme: Tranquilícese usted. Ya conoce usted a mi hija.

A uno de ellos, á quien la civilizacion no ha dañado, que ha llegado á ser un hábil buscador de fósiles y que es quien pone el pliego en la prensa tipográfica que imprime este informe, acabo de mostrarle una lámina de la obra de Castelnau que representa un baile de enmascarados entre los indios Garajas.

En una ocasión, sin embargo, cumpliendo las leyes rigurosas del juego, sentenciaron a Cecilia a dar un beso al joven Castelnau. La joven se puso de pie... ¡En aquel instante, yo fallaba a mi compañero un ocho de copas que era rey!... Hizo un ademán de impaciencia; ¿qué me importaba?

En el curso de la conversación no tardó Claudio Latour en exponer su proyecto de atacar á Montpezat y Castelnau, villas cercanas y mal defendidas, en la primera de las cuales aseguró al barón que hallarían más de doscientos mil ducados ocultos en la fortaleza, amén de otro botín nada despreciable. Muy diferentes son mis planes, señor de Latour, dijo irritado el de Morel.

Permitidme, señor de Pelisier, dijo el ventero, que ponga á vuestra disposición mi caballejo, con el cual no tardaréis en alcanzar al descortés arquero. Ni pensarlo, exclamó apresuradamente el fanfarrón. Tengo estropeada una pierna desde el día en que maté á tres enemigos, en el combate de Castelnau.

Haces honor a tu sexo... ¡la doncella! ¡Vaya un motivo para que me prives de un sobrino a quien quiero, y de un ayudante de campo que es mis pies y mis manos! Echas en olvido que mi mamá y yo estamos aquí para cuidarte, y que, además, tu sobrino Enrique de Castelnau hace falta en París, pues lo exigen tus intereses.

Pocos minutos después, el señor de Castelnau entró en el salón, abrazó afectuosamente a su tío y saludó a las dos señoras con respeto. Aparentaba unos veinticinco años. Era alto, bien formado, de porte distinguido; en una palabra, un gallardo mozo; y, lo que vale más, parecía ignorarlo, porque se ocupaba siempre de los demás y nunca de mismo.

Castelnau, que recorrió mayor estension de Bolivia y Perú que D'Orbigny, describió mas estensamente las mismas ruinas, pero sin adelantar nada sobre su orígen.

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